miércoles, 31 de octubre de 2007

Orgullo de amistad

En estos años de la vida en los que uno puede hacer ya un inventario y usando del vicio irremediable de la comparación con el próximo y en ocasiones con el prójimo es cuando uno se encuentra con momentos en los que se siente especialmente chiquito, pero chiquito de insignificante.

Me ocurre siempre que mi amigo Enrique me llama amigo y me manda abrazos por teléfono, o cuando tomamos café juntos y le observo ese vicio que tenemos en común que es la casi necesidad de sentir físicamente al otro, de cogerle del brazo, de apoyarse en su hombro, de estrechar su mano. Me ocurre siempre con Enrique.

Al margen de su obra , que he ido conociendo desde bien joven, lo que más chiquito me hace sentir es su gran honestidad, su familiaridad, las puertas abiertas de su casa y las de si mismo y ese saloncito de sus recuerdos que es como varias vidas.

Este marxólogo reconocido y referente , que mantiene de amante a esta morena ciudad de Alicante desde hace tanto que ninguno de los dos lo recuerda, es , ante todo, coherente, íntegro y en el buen sentido de la palabra, bueno.

Un día, querido amigo, seré capaz de escribirte como mereces.

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