lunes, 22 de octubre de 2007

Cartas que nunca recibí: María, 1875, Pilar de la Horadada

Mi padre dice que no es propio de una mujer andar sola por la orilla de la playa al atardecer. Mi madre no dice nada, su voz es la de su marido.

Ahora que Juan se ha ido dejando dentro de mi su recuerdo, es cuando más necesito pasear sola por esta playa.

Con él paseaba por el cauce del Río Seco y por la rambla “La Majá” y allí recogíamos romeros, tomillos, lentiscos, estepas blancas y palmitos, que crecían junto a las eneas los juncos y los carrizales. Luego, sentados junto a los racimos amarillos de las retamas, las preparábamos, entre besos y abrazos, para secarlas y hacer con ellas ramos de flores secas que adornarían mi cuarto.
Conozco esta playa del Conde como si yo misma la hubiera puesto aquí, y en ocasiones la imagino invadida de corsarios y piratas mientras la Torre Horadada echa humo de aviso a la guardia del pueblo , a las aldeas de la Punta del Gato y a los pescadores de la playa de las Higuericas.

Pero sólo son imaginaciones mías, aquí ya no hay más que arena , mar y mis tristezas.
Al pie de esta Torre horadada por dentro me dedico a imaginar cómo sería la maternidad con él y a deshacer en lágrimas la vergüenza de ser mirada e insultada por todo el pueblo. Sé también que mi madre, la pobre, entre los guisos de patatas con carne y las gachas migas, derrama lágrimas como una niña con su muñeca rota. Mi padre no dice nada, pero sé por otros que en el mercado le gastan bromas pesadas e incluso sé que llegó a las manos en alguna ocasión, pero él , él no dice nada.
Mi hijo , si es niño, se llamará José, como mi padre, y por los apellidos será como mi hermano.

María.

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