miércoles, 24 de octubre de 2007

Cartas que nunca recibí: José, 1896 , Pilar de la Horadada

Cuando tenía cuatro años mi abuelo me llevó a ver cómo instalaban la campana nueva de la Parroquia de la Virgen del Pilar, la verdad es que, como decía él, la Mediana se había quedado corta y había aldeas a las que no llegaba su llamada . Yo imitaba el gesto de mi abuelo colocándome la mano a modo de visera y ambos observábamos cómo engarzaban las poleas y los andamios y cómo después de varias horas conseguían hacer sonar la nueva campana.

Hace tres semanas , un martes de mercado en San Miguel, conocí a Dolores, vestida de lino blanco que ella misma había tejido en el telar donde trabaja. Volví a verla más tarde ya sin ninguna excusa, sólo por querer verla.

Don Vicente, su padre, es un hombre recto y serio como corresponde, trabajador del campo y amante de su familia, hombre fuerte , superviviente del gran terremoto del 29.

Doña Filomena, su madre, era empleada de hogar en La Marquesa, donde nació. Hacendosa , de color moreno y rojizo , con grandes manos y delicado tacto para la costura; temerosa de Dios y de los terremotos.

En casa de Dolores me admitieron como pretendiente después de un minucioso estudio de mis posibles. Cuando me preguntaron por mis padres, les dije que no había madre como la mía, y que mi padre murió poco antes de nacer yo y que por eso me impusieron los apellidos de mi madre. Ellos pensaron razonablemente que no era cierto.

A pesar de lo que anunciaron los agoreros, la noche de fin de año de 1899 no pasó nada, ni se acabó el mundo, ni sobrevino el terremoto final. Simplemente nos comimos las uvas y nos besamos. Esa noche le propuse matrimonio bajo los farolillos de colores, en la plaza de San Miguel.

José.

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