viernes, 30 de noviembre de 2007

Las gotas del alba (3)

Luís y yo éramos tan profundamente distintos que he llegado a pensar, en ocasiones, que la genética sería capaz de demostrar que nuestros padres no habían sido los mismos.

Luís era un joven alto de tez clara, delgado pero fuerte, con el pelo rubio y liso que solía mojar para oscurecerlo; tenía los ojos azules como ninguno de nosotros aunque , como buscando una excusa , la abuela decía que un tío abuelo suyo los tenía igual.

Era guapo, pero como extranjero. Como los maizales rubios.

Recuerdo que en una ocasión , bañándonos en el Postiguet, un guardia le llamó la atención, en el mejor inglés que pudo , cuando jugábamos a la pelota incordiando al resto de bañistas; todos nos reímos a carcajadas menos Luís. Todos pensábamos lo mismo de Luís.

A mi, sin embargo, el pelo se me acaracolaba en las orejas, como al abuelo, tenía la piel morena , como la abuela, y según ella, era más barato comprarme un traje que invitarme a comer. Era un tragaldabas, y así estaba, con piernas como perniles y más ancho que alto.

Mis ojos eran iguales a los del abuelo, marrones, como de aquí.

En cuanto al carácter las diferencias eran aún mucho más profundas. Mientras que a mi me encantaba ser el payaso de la fiesta, incluso burlándome de mi propia panza, Luís procuraba pasar inadvertido si es que la asistencia era obligada aunque, la mayoría de las veces, se quedaba tumbado en la habitación. Tiene el alma perdida, decía la abuela.

Yo simplemente creía que se trataba de un aburrido, es que ni siquiera leía, sólo se tumbaba en la cama y , al cabo de un rato, soltaba su famosa frase sobre la mierda y el mar. Nunca a razón de nada, pero la soltaba.

Las chicas le perseguían como golondrinas y tuvo pronto sus primeras experiencias sexuales, ninguna de ellas amorosas porque Luís, decía que no creía en el amor. Yo, sin embargo, sufría por el amor idílico, por imposible, de la vecina del número seis. Hija de los fruteros, morena, graciosa , de ojos verdes y de una sonrisa que me tenía a comer de su palma, pero , imagino , prefería mil veces a Luís que a mi físico.

Luego decían ellas que preferían un hombre inteligente y que era más importante el interior que simplemente el físico; y una mierda.

Que me lo pregunten a mi.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Las gotas del alba (2)

Junto al aljibe centenario en otros tiempos receloso vive desde siempre en el rincón una parra de uva blanca. Su sombra cubre ahora la mitad del patio y del dulzor de su fruto está mi niñez preñada.

Cuántas veces sorteando jazmineros, geranios y margaritas , en blanquiazules maceteros de barro, corrieron mis días mientras la abuela , siempre de pelo recién nevado, tendía sábanas de lino y ropas en los cordeles de esparto al olor de ese jabón de jazmín que aprendió a hacer cuando casi de niña en Argel, mercadeaban con él o simplemente lo cambiaban por una barra de pan.

Los canarios y jilgueros nos cantaban conciertos de trinos imposibles dándose paso uno al otro como improvisando la sinfonía inédita de cada verano.
Yo creo que Luís también se fijaba en todas estas cosas aunque nunca nos dijimos nada al respecto, ni siquiera en esos ratos de siesta traicionada cuando el olor de los jazmines creaba fantasmas maravillosos que deambulaban por nuestro cuarto interrumpiendo mi lectura para inspirar y el aparente no pensar en nada de mi hermano.

Luís nunca pensaba en nada. Ni siquiera cuando parecía que lo hacía.

Siempre he creído que al ser él cuatro años mayor que yo los recuerdos que en mí no quedaron de aquello en él , sin embargo, calaron profundamente de ahí, creo, nacieron sus silencios y su aparente frialdad, manteniéndose ajeno prácticamente siempre , excepto cuando , de vez en cuando y como si de ese estado de reflexión silenciosa obtuviera una conclusión definitiva me soltaba “esta vida es una mierda tan grande como el mar”.

A mi el mar me parecía enorme.

Desde la escollera del puerto a donde el abuelo nos llevaba a pescar doradas, el mar, efectivamente no tenía fin. En una tarde clara , como lo eran casi todas, a la derecha de mi atalaya, bajo el faro sideral, llegaba a ver el cabo de Santa Pola. Un poco más a la izquierda y casi flotando entre el mar y el cielo la pequeña Isla de Tabarca, de la que tantas historias contaba el abuelo mientras jugaba al dominó en el casino del barrio.

Desde la isla y girándome hacia la izquierda todo era una línea de horizonte hasta llegar al Cabo de las Huertas y yo, como heredero y príncipe de todo aquello, permanecía en el centro de aquel semicírculo que forma la bahía.

Luego nos contaba el abuelo que más allá de aquella línea de horizonte estaba el otro lado que era como mentar la pena , las chinches y el hambre y al abuelo se le oscurecía el ceño y, creo que, en alguna ocasión, se le escapó algo del zumo amargo de sus ojos.

Era un tema del que casi no se hablaba en casa más que cuando tras insistir la abuela nos enseñaba su álbum de fotografías y recortes y siempre indirectamente. Nunca, nunca se pronunciaba el nombre de Argel.

Ésta, decía mientras besaba la fotografía, era mi hermanita , murió en el viaje. Esta era la celda que teníamos allí. Fíjate que guapos y felices estamos en esta, fue el día de las elecciones, en abril, antes de que todo pasara, ocho años antes de tener que irnos.

El abuelo, envuelto, en el humo de su cigarrillo se asomaba por la ventana que daba a la calle viendo a la gente pasar, sin decir apenas palabra, callando como una pena.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Las gotas del alba (1)


El retorno a la tierra ha sido tan sentimental, y tan mental, y tan divino,
que aun las gotas del alba cristalina están
en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino

Ruben Darío – Retorno
Suben ahora la escalera hacia la primera planta con un peso firme en los pies, soportándose la subida en la barandilla de madera, clavando las manos a cada tramo.

No hay más luz que una bombilla moribunda amarrada sobre los cables colgantes del techo.

Hay escalones desmembrados y otros con las marcas del paso del tiempo y las gentes.

Las paredes de papel con el terciopelo desgastado han perdido los cuadros que la adornaban quedando de ellos la antítesis de sus sombras.

Marcada la estancia a fuego del claro oscuro paso de ese tiempo en el que ambos se deslizaban por el tobogán prohibido del pasamanos hasta caer estrepitosamente junto a la puerta de salida por la que entraba el calor sofocante del junio de aquellos años.

¿Cuánto hacía que no habían estado ahí?. ¿ Quizás quince , veinte años ?. Quizás demasiado.

Antes de subir habían estado en el salón con el abuelo Juan, tan enhiesto , tan sobrio y espigado, tan de pocas palabras, como siempre. Solo les dijo, con la voz atronadora que le salía del pecho cargado de picadura de tabaco, “Se muere”.

No había duda, no la tenían, incluso antes de que el abuelo Juan lo sentenciara. Sabían que aquella llamada que recibieron el día anterior no podía tener otra excusa. El abuelo Juan no era de visitas y mucho menos propicio a llamadas de cortesía.

“Me pidió que os llamara, y por ella lo he hecho”.

El abuelo Juan se quedó en el salón, meciéndose casi a oscuras, liándose un cigarrillo. Como si les despreciara.

Una vez arriba, el distribuidor, con su mosaico en forma de flores exóticas sobre el suelo, daba acceso a la habitación principal que tenía la puerta entreabierta, a un aseo y a una tercera habitación que había sido la de ambos hacía tantos años.

La lámpara de araña seguía en el centro del distribuidor, con sus reflejos de arco iris sobre las paredes y su tintinear al paso de los tranvías de antes sustituidos ahora por el trabajo casi continuo en el edificio en construcción que, frente a la casa, le había cegado de luz y de la brisa del mar.

Sobrevolaba como siempre, ese perfume de jazmines del jabón de la abuela que les despertaba cada mañana. Lo hacía en un tacho de zinc en el patio de la casa con las flores recogidas del jazminero del porche y la sosa que el abuelo le compraba a Vicente el de las drogas y un poco de la sal marina de los Saladares, luego con la grasa y el aceite sobrante de las comidas añadía la esencia del jazmín.

Las tardes del jabón se prohibía la entrada de los niños al patio y la casa se inundaba del olor dulzón y fresco del galán de noche.

La habitación donde tantos días habían dormido continuaba exactamente igual, tan limpia, con las camas recién hechas, como esperando su vuelta.

Los juguetes ordenados sobre el suelo, el balón de cuero remendado, las cometas de papel y cañas, algún cordel de peonza y las obras completas de Julio Verne.

martes, 27 de noviembre de 2007

Futuros arquitectos, una ciudad para las personas

Desde la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Alicante y a través de mi buen amigo Ruben Bodewig, nos llega esta emocionante y esperanzadora noticia:
Estimados amigos:
Desde la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Alicante se está gestando una plataforma que defienda los intereses del ciudadano ante los atropellos a los que nos vemos sometidos, tanto en el aspecto de la vivienda, como en el urbanismo y el territorio. Se trata de crear un colectivo que analice, reclame, proponga y se movilice ante situaciones de interés que se produzcan. No pretende sustituir, ni reemplazar a ninguna otra plataforma.

Propone sumar un soporte técnico y profesional, y la perspectiva de la investigación universitaria, para que ofrezca un argumento sólido y creíble hacia quienes toman las decisiones (administración, empresas...) Al igual que cuando vemos un estudio publicado por una universidad sobre investigación química, médica, sociológica, económica... le damos una credibilidad inmediata, queremos posicionarnos también como un departamento universitario que puede proponer, investigar y denunciar, estando al lado del ciudadano y ofreciéndole todos los recursos que nos sean posibles. El curso acaba de comenzar, y de momento, tenemos ya preparada la plataforma, su funcionamiento, logotipos, web... pero estamos preparando un lanzamiento para darnos a conocer. Sin embargo, a muy corto plazo (3 o 4 semanas) queremos comenzar a recibir propuestas de la ciudad y la provincia, ya que consideramos vital para nuestro funcionamiento la colaboración con el ciudadano y las plataformas existentes. Vamos a contar con el apoyo de arquitectos alicantinos, profesores, técnicos de la Universidad, y especialistas de diversas ramas (economía, derecho, biología...) aprovechando nuestros vínculos con el resto de facultades para lograr unas propuestas y estudios más reales y creíbles.

Queremos constituir un instrumento de presión, denuncia de situaciones inadecuadas y ayuda a la mejora de las ciudades. Estamos cansados de mirar callados la situación actual, y no hacer nada al respecto. Sobretodo dentro de nuestro ámbito. Ya os iré explicando cómo funcionaremos, pero tendremos dos ramas: una de gran escala, que será la que proponga estudios técnicos y proyectos para mejorar la ciudad, que irán dirigidos a ser mostrados en prensa, administración... haciendo presión y mostrando que hay un modo diferente de plantear la ciudad; y otra de escala ciudadana, que organizará un "activismo positivo" desde la calle.

Desde manifestaciones, a reparto de folletos, concienciación ciudadana, acciones urbanas, o por ejemplo, reutilización de solares para denunciar y llamar la atención sobre la falta de espacios públicos de calidad. Pronto sabréis más de nosotros, de nuestros mecanismos y de nuestras posibilidades.Os ruego tratarlo con cautela y no difundirlo todavía, ya que esperamos darnos a conocer con un programa muy estudiado de salida a los medios y acciones en la calle para denunciar situaciones que no aceptamos. De momento, nadie nos conoce, y esto juega a nuestro favor. Estad atentos a un logotipo de "caracolas naranjas".
Todo mi humilde apoyo a estos jóvenes y futuros arquitectos que buscan, al fin, una ciudad de Alicante pensada para las personas.
Algo pasa en Alicante, a la vista está.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Armas y bagajes

Permítaseme la licencia de dedicar hoy a la persona con la que comparto mi vida , vida que no es mía sino de ella, pues ¿qué es la vida sino esa felicidad que me das?.
Armas y bagajes
Cuando creo que vivo
del aire que mi cuerpo anhela
llegan como echándose en falta tus ojos.

Y es con ellos en los míos
cuando siento, entonces sí
que vivo y aún más.

Malqueriendo sin ellos vivirla
no abrazo sino observo
el interminable nacer y renacer
de tus miradas

Mientras el fin canela de tu sonrisa
me corona, con sus armas y bagajes
rey de la creación inacabada

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Cartas que nunca recibí: Paloma, Alicante, 25 de Mayo de 1938


La única bandera de la guerra es del color de la sangre de los que mueren en
ella


A mi madre le habían dicho que hoy era un día especial; dicen que llegaría al puerto un barco cargado de sardinas y algún que otro alimento del que hacía tiempo no teníamos noticias.

De cualquier forma me gustaba bajar con mi madre al mercado, sobre todo en primavera. Me alegraba el voceo de los puestos, los olores a fruta, la horchata fresca del kiosco y ver a la gente como si no pasara nada.

A mi hermana pequeña también le gustaba bajar pero por las gracias que le hacía el lañador de la plaza de toros que siempre le tenía guardado algún muñequito de barro cocido. Hoy le tenía guardado un colgante de cordón negro con una paloma de barro.

Mi madre vestía todavía de negro, el abuelo creemos que murió hace un año por las noticias que nos llegaron de algunos que volvieron del frente.

De mi padre no teníamos noticias desde hacía ya varios meses; también vestía de luto por eso.

Así que con todo me quedé de hombre de la casa a pesar de que sólo tenía doce años . Por un lado a mi madre le hacía falta un hombro para llorar y a mi hermana una mano más grande que la suya para sentirse segura.

El lañador le dijo a mi madre que se apresurara al mercado porque la sardina estaba al llegar; aquel hombre sin dientes siempre nos trató como si fuéramos de su familia.

Cuando llegamos a las calles cercanas al mercado de verduras mi madre se quedó parada con la mano en el pecho. Le pregunté y no contestó; luego, como disimulando, me dijo que no soltara la mano de mi hermana que hoy habría mucha gente no fuese a perderse.

Todos estaban allí, era un día especial, efectivamente.

Aguardamos en la puerta junto al resto de niños, le dibujé una rayuela a mi hermana y la tuve entretenida , era una niña, yo, mientras, me encendí la única colilla que había conseguido sin que mi madre se diese cuenta.

Cuando salió mi madre sólo llevaba en el capazo de esparto tres manzanas; nos dirigimos entonces al mercado central. Mi madre me miró como preguntándome si las olía y le sonreí, ya habían llegado las sardinas. A mi hermana le hicimos apresurarse y no entretenerse mirándose en todos los escaparates con la paloma colgada al cuello.

En estas calles hay siempre un olor agridulce de restos de frutas pisadas y algún olor a melocotón que se confundía hoy con el olor tan característico del pescado; con estos olores y un poco de agua hubiéramos hecho la comida del lunes.

Poco antes de entrar por la puerta del mercado comenzaron a sonar las sirenas. ¡No!, gritó mi madre, ¡hoy no!. Si hubiera estado sola estoy convencido de que habría entrado a llenar el capazo de comida pero corrimos como el resto de la gente buscando el refugio. Oímos cómo las bombas empezaron a caer sobre el puerto mientras el suelo de las calles temblaba. El ruido era cada vez más cercano , mi hermana se paró en seco. Se le había caído el colgante de la paloma y se paró a recogerlo. La gente nos empujaba aterrorizada mientras las veíamos caer del cielo las bombas negras con ese ruído silvante. Me separé de mi madre para no perder de vista a mi hermana..

Los rugidos de las bombas ya nos caían encima mientras los cascotes y los gritos nos rodeaban por todas partes, cogí a mi hermana de la mano fuertemente y echamos a correr hacia el refugio, las aceras ya estaban manchadas de sangre , vi trozos de cuerpos esparcidos por el suelo y gente que se había quedado paralizada sin poder moverse, mientras a nuestro alrededor caían trozos de chapas, metralla y cascotes de los edificios.

Vi bajar los escalones del mercado la sangre de los que habían muerto dentro mientras corría pisoteando charcos ensangrentados.

Corrimos y corrimos tanto como pude. Cuando llegamos a la esquina del refugio me giré para sonreir a mi hermana y calmarla un poco.

Sólo tenía un trozo del brazo de mi hermana.

El tiempo entonces se detuvo, no sabía si gritar, llorar o correr. De la mano inerte de mi hermana colgaba el cordón negro.

Si no fuera por el turno de noche lo de trabajar con ordenadores sería un paraiso.

Los ordenadores no discuten, sea para bien o para mal siempre hacen lo que les dices aunque en ocasiones he llegado a pensar que tienen vida propia.

Bueno ya sólo faltan diez minutos para que llegue mi relevo; la noche ha sido especialmente tranquila y eso , la verdad, no es bueno porque uno se amodorra y ve pasar las horas una detrás de otra. Para estas noches de vigilia casi monacal vengo preparado con algún libro de forma que aprovecho y leo entre tarea y tarea.

Me llamó el guardia de la puerta para decirme que llovía. Noticia inédita en esta ciudad y más aún en mayo. Me vino a la cabeza de inmediato que de los trescientos sesenta y cinco días del año, los treinta que llueve, yo voy y cojo la moto para venir a trabajar. Los otros quince son los que yo aprovecho justo antes para lavar el coche.

Bueno, ya llegó el relevo mojado y con cara de sueño. Lleva cuidado, me dice, junto al matadero hay un charco de profundidad desconocida.

Esta ciudad no está preparada para la lluvia.

Cuando salgo el guardia de la puerta con un gesto me dice algo así como ya te lo avisé, llueve.

Bueno, iremos con cuidado y sin tonterías, sólo me espera la cama y no tengo prisas.

Conforme me acerco al matadero veo, efectivamente, un charco como un lago en el que se refleja como en un espejo el puente que lo sobrepasa por encima, intento bordearlo por su margen derecho pero la pequeña curva que forma la carretera me lleva al suelo y de golpe seco contra el muro del puente.

Nunca antes había sentido un dolor tan agudo, tan intensamente horrible, no pude gritar y , al final, me desmayé.

Oí a lo lejos a alguien que me preguntaba el nombre a lo que sólo puede contestar, “me duele”.
No sé si han pasado horas o días pero lo primero que he visto al despertar ha sido la ventana de la habitación del hospital y el sol dándome directamente en los ojos.

No puedo moverme y no siento la pierna derecha.

Comparto habitación con un anciano que todavía duerme.

Estridente y sin pudor entra en la habitación una enfermera rolliza y de carnes prietas y al grito de “venga chavales a enseñarme el culo”, despierta al pobre anciano y a mi me retuerce la vergüenza. Vaya, ya se ha despertado el señorito me mira y me dá una palmada en el culo, venga que te voy a poner bueno.

A la estúpida pregunta de ¿qué hago aquí? Me responde con una risa y la noticia de que mi cadera derecha era un puzzle de cien piezas pero que creen que las han vuelto a colocar cada una en su sitio aunque eso ya lo veremos cuando vuelva a andar, si vuelvo.

Me quejo porque me duele, no sé si más el pinchazo o la cadera. Menudo quejica, a ver si aprendes de tu compa , no dice ni mu, ni cuando le pincho, ni cuando le cambio las sábanas y , además, tiene lo mismo que tú pero con sesenta años más.

El anciano de al lado tiene una mirada azul y triste. Lo giran hacia mi y le inyectan sin piedad un nolotil inyectable que sientes como te va corriendo por las venas abriendo paso. Pero el anciano no ha movido ni un músculo de la cara.

Vaya pareja de dos, insiste la enfermera, más solos que la una, como no consigas que el abuelo te hable acabarás en el sótano del edificio como el último que estuvo en tu cama, chaval. Tienes aquí para rato.

Una vez abandona la lucha la enfermera rolliza me quedo mirando al anciano de al lado que me mira fíjamente sin decir nada. Me llamo Juan, le digo, y tuve un accidente con la moto cuando salía de trabajar, mala suerte, ¿verdad?, es que elijo siempre ir en moto cuando llueve, soy así de desgraciado. Pero bueno, sólo me he roto la cadera, podría haber sido peor. El anciano de al lado parpadea pero no contesta. El nolotil empieza a hacer efecto y el sueño me vence.

Cuando despierto el anciano de al lado sigue mirándome fíjamente sin decir nada.

No sé cómo habrá adivinado mi desasosiego pero el milagro se produce y el anciano me dice que llame a la enfermera para que me coloque la palangana.

No te preocupes, me dice, el que estuvo antes que tu se murió de viejo y no de aburrimiento, sólo lo hago para evitar hablar con esa bruja. Pues ya me tranquiliza.

El anciano de al lado sólo tiene un libro sobre la mesilla y evita ver la tele. Me dice que es “El rayo que no cesa” de Miguel Hernández a lo que con vergüenza le contesto que no lo conocía.

A pesar de las conversaciones más o menos profundas que mantuvimos a lo largo de esos meses, nunca vi al anciano de al lado sonreír ni siquiera una vez. Seguía teniendo esa mirada azul y triste que le vi el primer día. Creo que , de alguna manera, llegué a querer a aquel viejo.

Quizás porque los dos estábamos solos, quizas por la tristeza que ambos llevábamos dentro. No sé, había algo en él que me hacía tenderle los brazos para sosegarlo.

Una mañana de junio me desperté y no estaba. La enfermera rolliza entró como limpiándose los ojos y me entregó un paquete envuelto en una bolsa de plástico. Esto era todo lo que tenía, me dijo que te lo diera en el caso de , bueno, ya sabes. Murió anoche, era muy mayor.

Un reloj de bolsillo, “el rayo que no cesa” y un colgante de barro con forma de paloma.

Eso fue todo.
Ilustración
Mercedes Comellas Ricart, 13 años. [Bombardeo]. Francia. Centro Español de Cerbere. "Esta escena representa un bombardeo / cuando la gente desde un refugio están / con los puños levantados diciéndoles maldiciones

martes, 20 de noviembre de 2007

jueves, 15 de noviembre de 2007

Vivir para contarla - Parte 1

Dispenseme la arrogancia de usar este título pues ya lo hizo Don Gabriel García Márquez para sus memorias pero me parecieron tan a propósito que no pude evitarlo.

Y siguiendo con los clásicos como decía Don Ernesto Sábato, "Vivir consiste en construir futuros recuerdos" y como digo yo mismo "El recuerdo es un deber del presente y un derecho del ausente".
Y depués de estas lapidarias el lector ya se ha debido dar cuenta de que esto va de inventarios y resúmenes por lo cual le recomiendo , en este punto , cerrar la ventanita del explorador, si este tipo de narración le aburre, o continuar si le viene a bien, sabiendo que el tiempo que permanezca el lector en esta página engrosará alguna de esas estadísticas que los jefes de internet manejan y controlan a su antojo favoreciendo mi popularidad, sin duda.

El jueves, 25 de Abril de 1.963 fue día de Santa Faz (para los foráneos explicaré que es fiesta grande en Alicante en la que , con la excusa religiosa, se hace una romería hasta un caserío cercano en el que se venera la reliquia de la Faz Divina y alrededor del cual se celebra feria) , por lo que la mayoría de los vecinos estaban de romería y pude armar el estruendo propio del nacer sin alterar la vida vecinal.

Mi madre me parió en casa, como se hacía antes, con la matrona que la ayudó y al nacer sintió una pequeña decepción al comprobar que no era niña (esto me lo dijo años después). Era el tercer machote de la saga y ya correspondía hembra.
A mi hermano el mayor le llamaron José Antonio en honor a los dos abuelos, al segundo Victoriano (aunque él ahora se haga llamar Victor) por mi madre y a mi Daniel Ramón el primero por mi padrino ,que lo fue únicamente el día del bautizo, y Ramón porque era el segundo nombre del abuelo.

Para tranquilidad de todos luego , tres años más tarde, nació mi hermana Vicky y luego , como un desliz que agradecemos ahora todos, mi otra hermana, Toñi.
Siguiendo conmigo que soy , al fin, el personaje principal de esta narración, de mis primeros años no recuerdo nada en absoluto, lo cual no me preocupa porque le pasa a todo el mundo y no es nada anormal. De aquellos años tengo recuerdos que no se si son míos o los heredé de mi madre, de las gracias que hice, y de las cosas que dije y, eso sí, un recuerdo imborrable en la sien derecha, cicatriz de un accidente con mi triciclo con volquete al tomar la curva inmediata a la gigantesca puerta de la calle del Marques del Bosch y que por esas inexpugnables leyes de las fuerzas centrípetas me hizo caer golpeándome con el cerrador de hierro.
Según mi madre estuve un buen rato inconsciente. Según yo, he seguido inconsciente durante algunos años , pero de otra manera.


Mi abuelo paterno José Moya Saez, durante las milicias


Salvando las distancias temporales y de otras magnitudes, mis padres tuvieron una vida tan trashumante como la de los Machado pues fueron cambiando de casa conforme aumentaba la familia y la prosperidad del señor de la casa, es decir mi padre, progresaba en los distintos trabajos que tuvo (algunos de ellos de forma paralela).




Heredad La Marquesa (Rojales) , donde nació mi abuela





Mi abuela paterna Maria Fernández Lillo



Entre otros mi padre fue albañil en la urbanización de la Rambla, cobrador de tranvía, trabajador en la fábrica de gomas y muchas otras cosas. Mi madre, que también trabajó para socorrer a la mesnada trabajó limpiando el suelo pío de la Concatedral de San Nicolás hasta que con una barriga prominente en la que yo debía de encontrame la mar de agusto y arrodillada limpiando dicho pío y santo suelo, se compadeció Sor Adelina de ella e hizo todo lo posible para que mi padre abandonara los trabajos que tan pocos sueldos le reportaba para recomendarlo a un puesto de conserje en la recién creada Caja de Ahorros Provincial.



Mis abuelos maternos en el Barrio de Santa Cruz

Mis padres y mi yaya María



Así, de esta santa manera, mi familia pasó a vivir mejor y a labrar un futuro familiar en dicha entidad en la que luego, con los años, entraría mi hermano mayor (q.e.p.d.) como botones ascensorista en el flamante edificio de La Rambla, el Edificio Provincial. Allí precisamente fue donde mi pater conoció al ilustre pintor Gastón Castelló y que en agradecimiento por las atenciones que le otorgó le regaló una preciosa acuarela "Fondamento tre ponti" que ha sido, al fin, lo que heredé de mi padre, a parte del ser.

Años más tarde mi hermano Victor (porque así le gusta que le llamen) hizo las oposiciones para auxiliar administrativo de la CAPA en el instituto Jorge Juan de Alicante, las aprobó y ya eran tres los Moya en la CAPA.

En mi casa, y este es uno de los recuerdos más vivos que tengo, a la hora de la comida se nos recordaba siempre que comíamos gracias a la caja pues el trío no dejaba de hablar de ello mientras mi madre y yo nos hacíamos con el famoso bollitori de mi madre, consu ñora y su bacaladito.

Una de esas tardes de colegio ya con la familia viviendo en Virgen del Remedio , cuando Virgen del Remedio era un barrio digno de trabajadores honrados, me enteré de que un señor bajito , muy viejecito y con cara de mala leche, se había muerto. Me fastidió porque no echaban otra cosa en la tele que no fuera el entierro. Al contraste de la seriedad de aquel hombre diciendo que Franco había muerto, por las calles pasaban coches con banderas rojas por las ventanillas y pitando como cuando alguien celebra una boda.

De aquellos días tengo un recuerdo imborrable y que se ha convertido en un sueño recurrente. El balcón de geranios de mi abuela.

Mi abuela. A la que tanto quería y a la que tan cerca he sentido siempre, incluso ahora.

De ojos azules y el pelo nevado, le surcaban la cara riachuelos de tiempo y añoranzas del pueblo, del hermano que perdió de joven, de los trabajos de sirvienta en casa de un señorito de Alicante, de la guerra, las bombas y los refugios.
Siempre estuve convencido de que los geranios crecían como ofrenda a mi abuela, nunca vi otro balcón tan florido y tan agradecido, como nunca vi mujer más bella.

La pensión de viuda de funcionario no era generosa por lo que tuvo que ponerse a trabajar junto a su única hija , Ofelia, como costurera para un modisto de San Vicente que cada semana le traía las medidas y las telas de los trajes a medida.

Casi a punto de morir a sus pocos cien años, me dijo en susurros, que la llevara a casa.

Quería volver al arrollo donde lavaba la ropa y luego la dejaba secar sobre el cañaveral, a Rojales, a su casa, con su hermano, con sus padres. Con todo lo que echaba de menos.

Y aquí te llevo, yaya.

De las juventudes de mis padres se bastante poco y lo más que me llegó fue por esas charlas de mi madre.


Sé que fueron novios desde muy jovenes, quizás desde los catorce, aunque también sé que mi madre tuvo antes de casi novio a un señorito que la pretendía y al que mi madre, por las cosas del hambre y la falta de dineros, le desdeñaba una invitación al cine por un conejo para comer. Este señorito, con el tiempo, llegó a ser escritor de renombre, periodista, político comprometido y referente de muchos. Lo que es la vida. Ahora, querido amigo Enrique, somos casi familia. Porque el cariño que mantenemos no tiene más nombre.






Era guapa mi madre, rediez.

Mi padre fue, y así lo decía mi madre, un tio guapo pero un tanto calavera. En el barrio de Santa Cruz era conocido como el guitarra pues no había sitio donde fuera que no la llevara. Sn estudios tocaba de oído pero finamente. Llegó a actuar en la radio con un trío que formaron él k su amigo Tani y otro del que no me llegó el nombre.

Mi padre hizo la mili en Valencia y tanto fue lo que le contaba en sus cartas a mi madre que decididamente el viaje de novios había de ser allí.
Eso sí mi madre sólo le puso una condición para la boda: o la guitarra o yo.
Y la eligió a ella.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Perdón, Benalua

Imagino que levantando llagas diré que algo que caracteriza genérica y casi genéticamente al alicantino es ese sentimiento de supervivencia propia que nos hace inmunes al sufrimiento, discriminación o maltrato que un segundo pueda hacerle a un tercero.
En resumen, mientras no me toque a mi. Esta es la frase más alicantina de todas si exceptuamos la de “la millor terreta del mon” que pertenece a la gloria de la pandereta, falacia del supuesto alicantino de coca y brevas.
Pues aun siendo alicantino soy de esos pocos que , a pesar de la genética cultural, me indigna incluso lo que no me atañe directamente y es el caso de ese emblemático barrio alicantino de Benalua.
Si bien el partido gobernante en el consistorio alicantino consiguió el apoyo de la asociación de vecinos de este barrio, que por otro lado es el barrio de la socialista Etelvina Andreu, a cambio, dicen, de una concejalía, el colegio público sigue siendo un exin castillos de barracones de metal desde hace más de siete años (es decir hay una generación de niños benaluenses que no ha conocido un colegio de verdad). Se salvó el Picus que , efectivamente , había que salvarlo pero hay que reconocer que así se las ponían a Felipe II, y en unas declaraciones populistas se le prometió al barrio un centro de Salud y la salvación del Ficus convertido ya en mártir arbóreo.
Mientras tanto y no es que no hiciera falta, se han remozado todas y cada una de las aceras del barrio lo cual ha contentado a la mayoría de benaluenses que no tienen hijos en edad escolar o a aquellos que los tienen en colegios concertados alejados de la vergüenza que supone rebajar la educación a una celda, mientras que la indignación sigue en alza entre los padres de los niños embarraconados.
A una manzana del grupo de barracones el edificio de la comisaría de policía se ha tirado y levantado en unos pocos meses.
Yo, que ya digo que sólo soy alicantino, me avergüenzo de mi mismo por no haber hecho algo más, por consentir que la madre de todas las derechas siga impune y aforada, por aislarme de la situación con la cabeza bajo el suelo, llorando por si mi equipo de fútbol pierde o por si Alonso le gana a Hamilton.
En ocasiones, lo aseguro, me avergüenzo de ser alicantino.
Vergüenza que deberían remediar, si la conocieran aunque fuera de lejos, el aforado, la crisálida y sus secuaces. Pero dándose el caso de que no han sido presentados, el único que puede remediar esto es el propio alicantino.
Pena de ciudad.