jueves, 20 de diciembre de 2007

Armas y Bagajes

Cuando creo que vivo
del aire que mi cuerpo anhela
llegan como echándose en falta tus ojos.

Y es con ellos en los míos
cuando siento, entonces sí
que vivo y aún más.

Malqueriendo sin ellos vivirla
no abrazo sino observo
el interminable nacer y renacer
de tus miradas

Mientras el fin canela de tu sonrisa
me corona, con sus armas y bagajes
rey de la creación inacabada

jueves, 13 de diciembre de 2007

El Sol en su lugar

Cedrón le acompañaba siempre que salía al campo. Se le anudaba entre las piernas mientras jugueteaba con las mariposas amarillas tan comunes en estos montes durante la primavera. Era un cachorro vivaraz, inquieto, de mirada astuta pero excesivamente impetuoso para su tamaño; solía hablarle, en esos largos paseos hasta el campo de girasoles, de todo aquello de lo que hablaría con cualquier persona, aún a sabiendas de que no hallaría en él el más mínimo reproche a sus comentarios.

Todo hoy parecía distinto. No había un motivo exacto que le hiciera pensar así, era quizás una sensación que le corría por dentro, un sentimiento premonitorio tan frecuente en las gentes del campo, acostumbradas a extraer casi inconscientemente de todos los recovecos del camino y de los campos una explicación y un motivo para todo lo que sucede.

Se detuvo a media cuesta para volverse y observar el valle.

Todo hoy parecía distinto, incluso Cedrón se mostraba mucho más inquieto de lo normal, como anticipando un presagio, como atemorizado por lo desconocido.

Continuó ascendiendo por la sierra hasta llegar al mirador.

No entendía, a la vista del valle, porqué hoy los campos de girasoles le daban la espalda al sol que ya lucía ardiente.

Lo normal, se dijo, no es lo que está ocurriendo hoy, lo normal es que los girasoles miren hacia el sol, siempre había sido así, hasta hoy. En esos momentos les fue indiferente la razón por la cual lo hacían, le fue estúpido pensar en las leyendas e incluso en la auxina reguladora del crecimiento que, según algunos, alimentada por el sol hace inclinar el tallo hacia la posición de éste. Hoy no había razones.

Continuó el ascenso hacia su campo de girasoles con la esperanza de encontrarlos, como siempre, encarados al sol, pero no fue así.

Dejó caer sobre la tierra los aperos que traía, se dejó derrumbado, sentado sobre la humedad y con los brazos abiertos se quedó perplejo.

Cedrón tampoco entendía nada, era un ladrido continuado, un nervio sin descanso, no dejaba por un momento de olfatear la tierra, mirar hacia el sol y ladrar.

Los girasoles le daban la espalda al sol, eso era su ruina, se secarían todos, perdería la cosecha que era lo único que le quedaba.

Se acercó entonces hasta cada una de las plantas acariciando las hojas acorazonadas y observó que todas ellas estaban mucho más vivas que nunca, mucho más sanas y frescas, incluso aquellas que ya estaban sentenciadas a ser arrancadas por sequedad habían brotado inesperadamente.

Cedrón seguía inquieto, como él.

Por algún extraño motivo que todavía no había descubierto, los girasoles hoy no miraban al sol sino que, por el contrario , le daban la espalda.

Mientras se desbroza la tierra hay tiempo para pensar y eso, en ocasiones como ésta, no era nada beneficioso; pensaba entonces en todo lo que tenía que contar, en todo lo que necesitaba una voz compañera, la soledad y el campo no hacen buenas migas y con ellos se agría la vida; seguía solo desde hacia mucho tiempo.

Hacia ya tanto que esperaba encontrarse con ella, de nuevo, que ya casi llegó a pensar que todo había sido un sueño, que ella no existía, que él mismo la había creado en un día de sol de justicia sobre su cabeza; hija de la soledad y el campo.

¿ No sería ella acaso otra de sus invenciones ?

Pensaba, para contestarse, que si hubiera sido totalmente una invención suya no la habría dejado marchar como se marchó, es del género estúpido hacerse sufrir a uno mismo.

Prefería pensar en ella como en alguien real a pesar de que, cuando lo hacía, le parecía incluso que Cedrón le compadecía y el indiano se lo reprochaba mientras le ofrecía un trago de aquel quitapenas del Perú.

El sol del mediodía le caía sobre la espalda como un tremendo par de banderillas que le hacían brotar el sudor a borbotones.

Se detuvo para refrescarse. Del viejo molino que bendice el terreno manaba el agua fresca que necesitaba para reponerse de aquel calor.

Cedrón andaba buscando roedores.

Con el agua fresca rezumando sobre su pecho recordó aquellos ojos de verde marino que refrescaban su vida tanto como el agua de este pozo y que tanto tiempo hacía que no veía.

La bebió a sorbos, como había de hacerlo, saboreando cada uno de sus detalles, recogiendo el melocotón dulce de sus mejillas, mientras sostenía con la mano la copa de sus dedos, tallados en cristal de roca azul.

Todo ahora se perdía en la grisura del tiempo.

Los girasoles habían dado la espalda al sol y no cambiaban de posición pero, observándolos ahora, había caído en la cuenta de que lo que hacían no era oponerse al sol sino mirar hacia el pueblo. No sólo los girasoles de su campo, sino los del valle, todos miraban hacia el pueblo, como si la fuente de calor, y la de la misma vida, estuvieran allí y no en el sol.

Ya era tarde y el trabajo por hoy ya estaba terminado, con un silbido de llamada Cedrón acudió rápidamente a enroscarse entre sus piernas.

-Nos vamos amigo.

Volvieron a desandar el camino bajo la sombra amable de las jacarandas , cuesta abajo, hacia casa.

Vivía casi a las afueras del pueblo, en una casa demasiado grande para un hombre solo, pero allí había nacido y allí probablemente moriría.

Era una casa con un gran jardín central repleto de azucenas, narcisos y un gran galán de noche, todo a la sombra del follaje de una gran parra y alfombrado con las amarillas flores del racimo de retama, en el extremo del jardín, el gran roble centenario , señor de toda la casa, a cuyos pies, en ese banco, escribía todas aquellas historias.

En el exterior de la casa había construido un gran banco de madera y un porche, allí hacía la vida prácticamente todo el año, mirando el campo, leyendo y escribiendo, viendo a Cedrón corretear por los alrededores, observando cómo el sol, al atardecer, pasaba por encima de su casa.

Justo al iniciar el camino de acceso a la casa vio sobre el banco de madera , oliendo las rosas de los grandes maceteros de barro, la figura de una mujer, desde tan lejos no quiso aventurarse a imaginar quién podría ser.

Los pasos se le hicieron más lentos y pesados, cada uno de ellos le traía una esperanza que no quería admitir, pero perdía el control de sus propios pensamientos , que con la velocidad indefinida de un deseo le hacían brotar todas las esperanzas del mundo. Cedrón llegó hasta la mujer y se dejó acariciar.

Los girasoles seguían mirando hacia su casa, como lo hacía él ahora, con una esperanza cogida en los ojos.

Desde tan lejos parecía ella.

Conforme se acercó esa esperanza se fue convirtiendo en real, era ella.

Vestida de lila, como siempre, con ese perfume tan dulce, con el verde marino de sus ojos, con el pelo recogido en un moño que dejaba al descubierto esa playa de arena fina de su cuello, tal y como la recordara, como si aquella última tarde no hubiera pasado nunca; sentada en el mismo sitio donde la vio por última vez, oliendo a jazmines como aquella vez.

Había soñado tantas veces que esto ocurriría así que pensó que el ladrido de Cedrón lo despertaría en cualquier momento.

Tenía una sonrisa llena de vida y la usaba, siempre, para darla y la ocultaba para quitártela; la vio alzar el rostro y dibujar en su cara ese sol de alegría que siempre se le clavaba en el alma.

-¿Podrás quererme de nuevo?
-Nunca pensé en dejar de hacerlo.
Toda la naturaleza del mundo estaba escrita en esas manos, las que se tendieron hacia él; le dio entonces la espalda al sol, la cogió dulcemente y la besó como siempre había soñado, con los ojos abiertos como los girasoles.

No había otra explicación, ni legendaria ni científica, él, ahora, entendía perfectamente porqué todos los girasoles del valle miraban hacia su casa.

Ella estaba allí.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Cartas que nunca recibí: Introducción

Soy la hoja de un árbol de hoja perenne y de mis brotes nacieron mis hijos Beatriz y Daniel quienes, como si de puntos luminosos estelares se tratara, guían mi vida desde entonces; ellos también son hojas de este árbol que han ido formando todos los que compartieron la sangre y la vida conmigo.
Cuando hace unos años recorrí los surcos de la savia de este árbol en su sentido inverso , es decir , hacia sus raíces me encontré con mis padres primero y me dediqué a anotar todo lo que recordaba de sus historias y sus vidas, y bajé luego hacia sus padres y hacia los padres de éstos.
Y las raíces se me pierden en el tiempo, los olvidos y los incendios en ocasiones fortuitos en otras provocados pero hasta donde llegué se me aparecieron como si me esperaran historias que de alguna manera llevo en la sangre.

Las cartas que nunca recibí de ellos son historias basadas en documentos tan fríos como partidas de nacimiento y otros que conseguí de las pilas bautismales, luego con estas manos inquietas y este atrevimiento, escribí las cuartillas que siguen. Gracias a todos ellos que supieron sobrevivir a la vida

viernes, 7 de diciembre de 2007

Las gotas del alba (5)

Huímos este hijo que no parí y yo, por tierras agujereadas por las bombas, vimos cadáveres alimentando alimañas, entre el olor agrio del azufre y los tejados quemados de las haciendas.

Fueron días ó semanas, en las que nos alimentamos de la comida que robé a los muertos, de los frutos que encontré aún sobre los árboles mientras el bebé sorbía de mis pechos lo que no había. Algún pobre cabrero, temeroso de todo, se apiadó de nosotros y nos ofreció leche en un cuenco y un lugar donde pasar unas de las noches. Pero debíamos seguir andando y huyendo, debíamos llegar al mar, a la costa de esta Francia arruinada de todas las cosas, por donde los caballos de hierro y los lanzallamas habían primero esquilmado los viñedos del Languedoc. Vimos gente llorando sobre la tierra como si esta estuviera muerta, como si le guardaran luto a las raíces del campo.

Enfermé de fiebres que me hacían temblar las pocas carnes que me quedaban, y los huesos me retorcían de dolor, caí rendida junto a una viña todavía viva pero pelada de frutos.

Desperté no sé cuánto tiempo después y sobresaltada busqué al hijo que no había parido y lo encontré sobre una improvisada cuna de paja a mi lado. Sólo sabía que allí había calor y que las fiebres y las tiritonas habían desaparecido.

-ah, il s'est déjà éveillé. L'enfant pleurait beaucoup mais nous lui avons donné du lait et il semble que c'était ce dont il(elle) avait besoin

Si, necesitaba leche y un hogar calentito. Aquella anciana ajada, me sonrió como si quisiera salvarme la vida, y lo hizo.

Recordé entonces las clases de francés de mi madre, en aquellas tardes verano en el patio de casa, entre las macetas mientras tendía la ropa. Llegó a obligarme a hablarle sólo en francés. Mi madre, cuánto habrá sufrido sin saber de mi.

Recobré las fuerzas y conseguí al cabo de los días levantarme de la cama. Era una casona de gruesos muros, con aperos de labranza casi por todos lados; cuando abrí la puerta de la calle la luz del sol me cegó y ví a aquel anciano arando tras la mula, paró un momento y me saludó con la mano y una sonrisa.

La casa había sido uno de los viñedos más importantes de aquella tierra de vinos. De los viñedos quedaron las ramas con las que nos calentábamos junto a la chimenea pero a Pascal, la ruina le hacía fuerte y se propuso devolver a los campos lo que los lanzallamas y las tropas de las esvástica le habían robado.

Me enseñaron a reconocer la silueta del monte Lozère y el macizo imponente de Canigou.

La casa estaba sobre una pequeña colina desde la que se divisaba al completo el viñedo inmenso al frente, a la espalda y a unos pocos metros por un camino de tierra surcado por los carros se llegaba a un pequeño pueblo , Saint Andrè de Roquelongue. San Andrés.
Allí empezó mi niño a andar. Allí empezó nuestra vida de nuevo.

Trabajé labrando y plantado viñas y compartí con ellos la alegría de los primeros frutos.

Les expliqué que tenía que volver a casa, que tenía otro hijo allí en España , al cuidado de mi madre y un marido del que no sabía hacía cuatro años.

De los francos que recogieron con la venta de las primeras uvas, me compraron un billete de tren y una maleta de cartón, algo de ropa para el niño y un poco de comida.

Los abracé con todas mis fuerzas, besaron al niño como si el futuro de todos nosotros estuviera en él, en ese bebé rubio y sonriente al sol del Languedoc.

-Maintenant j'ai dans vous d'autres parents


En el viejo autobus llegamos hasta Montpellier. Era imposible , lo sé, pero casi podía oler el mar de casa.

Juan Sansano en la vida de Miguel Hernández

DIARIO INFORMACIÓN
7-12-2007
Manuel Parra Pozuelo

Fugazmente pasó Juan Sansano por la vida de Miguel, pero su presencia en ella, aunque breve, no deja de ser reseñable y significativa.
La primera vez que su nombre aparece en letra impresa en nuestra ciudad es en el periódico del que era director y propietario Juan Sansano, también poeta y paisano de Miguel Hernández , que cuando apadrina al que denomina joven promesa, ha publicado ya dos libros de versos, prologados por el también orlecitano Justo García Soriano y por Salvador Rueda , conocido y prestigioso maestro de modernistas.
El olfato periodístico y la capacidad de anticipación de Sansano que ya en el primer texto en el que presenta a Miguel y que publicó en el día 15 de octubre de 1930, en una sección titulada «Por las rutas humildes» y subtitulada «Miguel Hernández, el pastor poeta orlecitano», le permiten utilizar la expresión que, acuñada por el periodista, fue la que designó a Miguel a lo largo de su vida. En el mismo recuadro se incluye un poema de Miguel titulado «La bendita tierra», en el que el joven poeta corresponde al aprecio y la estimación que le muestra Juan Sansano, con la dedicatoria del poema en la que le llama «eminentísimo poeta». También como muestra de su agradecimiento escribió Miguel otros tres poemas dedicados a su mentor.
En los momentos en los que Miguel Hernández escribió esos poemas no sólo sus presupuestos estéticos coincidían con los de Sansano sino que sus posiciones ideológicas eran, al menos, compartibles con los suyas, puesto que también otros personajes, como don Luis Almarcha y Ramón Sijé que también se relacionan con el joven poeta se ubicaban en ámbitos propios de la derecha o de la extrema derecha. Miguel Hernández no tenía, entonces, una adscripción ideológica ni política especifica y llegó a afirmar que se sentía fascista y comunista, expresando así su indefinición, quizá también causada por su ausencia de información y de referentes históricos asumidos personalmente.
En 1933, cuando Miguel ya ha publicado «Perito en lunas», que vio la luz el 20 de enero de 1933, y había regresado de su primer viaje a Madrid, que tuvo lugar entre el 2 de diciembre de 1931 y el 15 de mayo de 1932, está empezando a adquirir una personalidad definida, tal como deduce acertadamente José Luis Ferris , en su libro «Miguel Hernández. Pasión, cárcel y muerte de un poeta», de la carta que dirige a Juan Sansano en marzo de ese año, en la que afirma: «Ahí en Alicante se han quedado respecto a la poesía, como respecto a otras cosas, en Campoamor». El entorno en el que se movía el director de «El día no era precisamente progresista», en las elecciones municipales del 12 de febrero del año 1931, que dieron lugar a la Segunda Republica, don Juan Sansano se había presentado en una candidatura junto a un representante del circulo católico y los continuos ataques de su periódico al régimen republicano fueron la causa de que el día 20 de febrero de 1936, una multitud asaltó las instalaciones de su periódico, comenzando para él un periodo de contrariedades que se extendió a lo largo de la guerra.
Con la victoria de las tropas franquistas y de las tesis que había propugnado, Juan Sansano fue normado delegado de Prensa de Falange e incluso dirigió, aunque muy brevemente, el periódico Arriba.
Las iniciales coincidencias estéticas quedaron muy pronto olvidadas, Miguel evolucionó hacia paramentos de la poesía más actualizada y valiosa, y se posicionó ideológicamente en posiciones antagónicas a las de Juan Sansano, que posibilitaron su coincidencia con los paramentos estéticos y políticos de los vencedores en la contienda civil. Juan Sansano obtendría, tras la guerra, numerosos galardones poéticos y organizaría los juegos florales celebrados en Alicante en 1941, mientras Miguel Hernández estaba encerrado en las cárceles franquistas en las que moriría en 1942, aunque, tal como su protector presagió, su nombre figura en todas las historias de la poesía española y sus versos se incluyen en todas las antologías, mientras que a Juan Sansano sólo se le recuerda por su relación con aquel que murió encarcelado de modo tan injustificable y cruel, y tan cerca, físicamente, aunque tan alejado, política y estéticamente, de su primer valedor, que era, en aquel momento, reconocido y apreciado.
Manuel Parra Pozuelo

Mapa de la corrupción Urbanística en España




miércoles, 5 de diciembre de 2007

Nadie recordará este campo de Almendros

Recuerdo cuando por mis adentros viajaba la sabia que reverdecía mis frutos. Mis raíces eran profundas de siglos y en aquella primavera de hace tanto las flores, como con prisa, se fraguaron en almendras que todavía verdes arrancaban aquellos pobres.

Los vi repartirse el fruto verde aún de mis ramas, era grande el hambre y aún más el frío y la humedad de aquellas tardes de llovizna y sombria en este campo donde yo y mis compañeros habíamos vivido sin alambradas tanto tiempo.

Ahora nos han acorralado con alambres de espinos y estas pobres gentes vencidas y desarmadas, apoyan sus espaldas rotas sobre nuestros troncos.

Los veo y quisiera que la tierra me diera la fuerza para reverdecer de nuevo los frutos y que éstos maduren aún más a prisa para darles de comer.

Vi parir niños entre los matojos, vi morir gentes de hambres o con los estómagos destrozados, vi desmembrar a palizas a algunos de ellos.
Lloré rocio todos los días.

Los humanos tienen sentimientos y rencores que no les vienen dados por la propia naturaleza.

Barbarie, presos arapientos, sin futuro cierto o terriblemente cierto frente al cañón asesino de los fusiles.

He visto cosas que no puedo contar pero , lo juro, intenté en aquel abril dar frutos hasta tronchar mis ramas, quise darme por ellos, aliviarles el hambre y la desesperación.

Alguno de mis compañeros se ofreció como leña que aliviara las noches de frío de esta primavera especialmente cruel.

De todos aquellos hombres quedan aún hoy muchos marcados por el dolor de un olvido y , sin embargo otros no recuerdan o no quieren.

De todos aquellos almendros sólo quedo yo, pero estoy viejo y cansado y de mis ramas ya no florece más que alguna señal de vida, eso sí hay una señora que viene y me riega de vez en cuando, la lluvia escasea. Y mi sabia intenta ascender pero se queda en el intento.

Pronto vendrán las máquinas que los hombres han inventado para destruirnos y me llevaran en pedazos a cualquier montón de cadáveres grisáceos.

No serviremos ya ni para hogueras que alivien el frío, simplemente quedaré amontonado en esa fosa común de almendros.

Nadie recordará.

martes, 4 de diciembre de 2007

Breve noticia de aquí

Una tarde lluviosa de finales del Marzo de 1939, las tropas italianas de la brigada Littorio al mando de Gambara entraron en Alicante acorralando a los miles de republicanos, de españoles, que ansiaban la llegada de un barco con el que partir hacia el exilio, única huída de una victoria de los sublevados.

Después vino el penoso peregrinar hacia el Campo de los Almendros donde los hacinaron y humillaron.

El Campo de los Almendros fue un campo de concentración al más puro estilo fascista y aunque hoy nos parezca que estuviera más allá de esta tierra, en un lujar ajeno a nosotros, estaba ahí mismo, en la Goteta, nuestra Goteta.

La Comisión cívica de Alicante para la recuperación de la memoria histórica, en estos años de trabajo casi en obligado silencio, ha removido conciencias y levantado orgullos hasta conseguir del Ministerio de Fomento la subvención necesaria para levantar en tal lugar un memorial que, al menos los alicantinos, todos los alicantinos, debemos a aquellas mujeres y hombres que sufrieron allí vejaciones, hambres y horrores de suicidio.

Desde que se consiguiera esta subvención la Comisión Cívica de Alicante ha intentado de mil y una maneras, y siempre dentro del respeto a las instituciones gobernantes de nuestra ciudad, la aceptación del permiso de obras correspondiente para poder comenzar a levantar este memorial.

El hecho tiene en sí mismo el tinte político que debe tener, no cabe duda, pero es que no es una hipótesis histórica, no es un revanchismo, no es interpretar la historia para hacerla coincidir con una ideología. Son los hechos , tal y como ocurrieron.

El Excmo. Ayuntamiento de Alicante, no sabe y no contesta, sino todo lo contrario, estira el tiempo hasta límites insospechados.

Si Alicante, si los alicantinos, dejamos perder esta oportunidad de poder recordar a todas aquellas personas que lucharon por lo que hoy somos, y esto ocurrirá en Marzo de 2008, será para Alicante, para los alicantinos, la mayor vergüenza, no sólo política sino ciudadana, de ti y de mi.

Es decir que ha llegado el momento de hacer algo más que presentar por registro en el Ayuntamiento solicitudes de audiencia y de asumir un vuelva usted otro día.

Nadie hará por Alicante , lo que no hagamos nosotros mismos.

Y me refiero no sólo a escribir en los periódicos, que están en su derecho de publicar o no; digo salir a la calle, de nuevo.
De protestar, de decir bien alto que Alicante está vivo, que quiere no caer en la vergüenza nacional del olvido a estas gentes.

Muévete alicantino o nos quedaremos parados para siempre, viéndolas venir. Aprendamos de todos aquellos que lucharon con la palabra y los actos , digamos que ya basta, dejemos a los políticos y sus alejandrinas discusiones, hagamos algo.

Plantemos almendros donde los hubo y tumbémonos sobre el suelo atados a ellos; hay tantas memorias que nos piden a gritos hacer algo.

Estudiantes ¿sabéis lo que es reclamar una justicia?; obreros ¿sabéis que entre las raíces de los desaparecidos almendros anduvieron nuestros abuelos y nuestros padres?; gentes, ¿creéis que las almas de unos son mejores que las de otros?; Alicantinos ¿dónde está nuestra vergüenza?.

Yo, voy a plantar un almendro como me han obligado a hacerlo, a hurtadillas, con nocturnidad, pero me amarraré a él hasta que me encierren pero no aguanto más esta injusticia, esta vergüenza, la propia y la ajena.

¿Qué harás tú?

lunes, 3 de diciembre de 2007

Las gotas del alba (4)

A los cuatro o cinco días de permanecer allí encerrada junto a las demás y ya con el pelo al cero y avergonzadas en lo más íntimo, comenzaron a acercarse a las alambradas gentes que entendimos todas que venían a socorrernos.

Entre la gente la mayoría eran mujeres y algún hombre; se acercaban al cercado sobre las seis de la tarde cuando la noche empezaba a abrirse quizás como precaución aunque los guardias nunca les dijeron nada y eran totalmente conscientes de lo que estaba sucediendo.

Muchas de esas gentes nos cambiaban oro, joyas y ropas por comida que nos entregaban a través del acero de las vallas.

Al otro lado de la cerca donde yo estaba siempre se llegaba una mujer rubia y joven, muy rubia; creo que intentó explicarme que sólo quería ayudarme, me traía prácticamente todos los días un par de manzanas.

Con el francés que yo hablaba y el poco que ella entendía pudimos entendernos.

Aquel rato en el que Helenn venía a la alambrada se había convertido ya como el rayo de sol de todos los días, me contó que su marido estaba en el frente y que la última vez que supo de él fue hace como siete meses, dos antes de que su hijo naciera. Le había enviado muchas cartas pero nunca le contestó nadie.

Era un niño rubio, de ojos azules y la única cosa bella que había en aquel campo.

En varias ocasiones le dije que tuviera cuidado, que corría peligro cuando se acercaba al campo, que los soldados eran unos bárbaros y no iban a respetar ni a ella , ni a su hijo.

Que habíamos visto lámparas hechas con la piel de algunas de nuestras compañeras muertas y otras atrocidades. A pesar de la fruta que me traía, le rogué por su Dios que no volviera.

Pero continuó viniendo, con sus dos manzanas.

Helenn me contó que donde ahora estaba el campo de concentración antes había un prado verde hermosísimo por el que paseaban ella y su marido soñando cómo sería formar una familia.

Cuando llovía el agua permanecía entre las hierbas durante horas mientras se deslizaban lentamente hacia el centro del valle (señalándome los crematorios) y allí, se juntaban en un pequeño lago al que acudían las mariposas blancas y las libélulas.

Luego florecían margaritas que pintaban descuidadamente de amarillo el valle y bajo ese árbol (me señala donde ahora cuelgan dos que intentaron la fuga) veíamos atardecer lentamente.

Uno de aquellos días vino especialmente asustada.

Los soldados están huyendo del pueblo, parece que vienen los vuestros.

Mi corazón se alteró, creí en la vida.

Ahora sí temo por mi y por mi hijo…me dijo..ahora creeran que soy una de esas que se ha hecho rica con vuestros dientes de oro y vuestras joyas, quizás me maten a mi y a mi hijo.

Tranquila, intenté calmarla, los que vienen no son como estos bárbaros, los que vienen sabrán hacer las cosas bien.

A mitad de aquella noche y entre tiros y sirenas nos cobijamos bajo los camastros. Ya están aquí, gritábamos todas, ya están aquí.

Y de momento el silencio.

Al cabo de un tiempo y con un estruendo seco se abrió la puerta y entraron unos soldados que nos hablaron para calmarnos, tranquilas todas, somos de los vuestros, todo ha terminado, estáis a salvo.

No sé porqué pero abracé a aquel muchacho y lo llamé hijo.

Gracias, hijo.

Me acordé entonces de Helenn y pregunté al capitán de la división por los sucesos del pueblo.

Trabajaron duro los lanzallamas anoche, no creo que ya os vuelvan a molestar nunca más.

Pero….¿entonces? ¿todos están muertos?

No creo que en ese infierno quede nadie con vida.

Pedí permiso para acercarme hasta la pequeña granja que Helenn tenía a las afueras del pueblo.
La casa estaba medio derruida y con la puerta abierta.

Temí lo peor pero entré a oscuras hasta tropezar con el cuerpo desnudo y atado de pies y manos de la pobre Helenn.

No encontré al niño hasta que fuera, junto al manzano oí como muy lejano el llanto del niño.
Helenn lo había ocultado debajo de la carretilla de labranza.

Lo cogí en brazos e intenté calmarlo.