miércoles, 25 de junio de 2008

Historias de no tan lejos

Aún huele Alicante a la madera mojada y a efluvios etílicos vertidos sobre las calles mientras los madrugadores trabajadores de la limpieza hacen lo que pueden con todo este desperdicio de después de la bacanal del fuego fatuo .

Fuego pretendidamente ancestral pero domesticado y cristianizado , uniformado y escalafonado en el que cualquiera no puede ser cualquiera.

Aún huele Alicante a la madera mojada y hay que volver al trabajo por muy petardo que sea y volver a escuchar los ruidos tristemente cadenciosos del silencio rompiendo la monotonía de la mascletà que a 112 decibelios mantenidos puede arrancarle la oreja a cualquiera, y destrozar una fuente poco a poco, como en Jericó.

Si partimos de que la hora 12 no existe y sí sin embargo la hora 0 quiere decirse que las hogueras de San Juan tienen de ello sólo la excusa de que tal santo cae por en medio. A las 0 horas del día de San Guillermo, es decir en la noche de San Guillermo, se queman las hogueras de San Juan mientras algunos, cada año más, queman su hoguera ancestral, la noche antes, es decir, la noche pagana del solsticio.
Noche de fuegos y juegos, rodeada de botellón de Mercadona en las playas de nuestra ciudad sin saber, a ciencia cierta, qué rayos de ritual hay que hacer para que el año siguiente sea bueno, de ahí que alguno por cosas de los solsticios, que siempre tuvieron algo de mágico y brujo, acabe preñado por bañarse sobre siete olas en lugar de tener éxito en sus estudios. Cuidadín.
Aquí, seguimos a nuestra bola gastando noventa mil euros en la hoguera oficial y no sé cuantos miles en los trajes oficiales de las bellezas y damas de honor mientras a las puertas de los grandes almacenes, hay gente rebuscando en los contenedores buscando el preciado tesoro de un blíster no caducado de lo que sea.

Al niño del moco colgando atado sobre el pecho de su madre poco o nada le interesa que la madera usada en la hoguera oficial sea de pino sueco, quizás si le dijeran que el queso que acaba de recoger su madre del contenedor no contiene gusanos todavía, le aparecería una sonrisa blanca sobre su cara de mestizo, ennegrecida de suciedad y etnia.

Son las sombras de la ciudad, de ésta y de todas. Son nuestras sombras, el lado más oscuro de nuestro bienestar.

Y me doy cuenta de que aún hoy y después de todo, sigo manteniendo esa inocencia de creer que todo esto se puede arreglar y que algún día prefiramos dar de comer a todos a gastar en lujos y maderas suecas, construir colegios decentes a organizar grandes eventos náuticos.

Y , me digo, ¿habrá alguien más que piense lo mismo?

domingo, 22 de junio de 2008

Cuando el mundo cambie

I
Todo empezó el día en que aquel niño llegó, como endemoniado, gritando ¡El rio se ha muerto!.
Las gentes salieron a las puertas y los otros niños dejaron los juegos.
Lo detuve como pude. Tenía los ojos aterrados y la mirada huída como la tienen los enfermos en sus últimos días. Sobre la boca , parte del pecho , los pies y las manos le resbalaba un líquido de color negruzco que olía como al orín de algunos animales.
Lo zarandeé cuanto pude hasta que su mirada regresó y me susurró ¡el río está muerto!.
De pronto calló y mirándome a los ojos, como si en ese momento sólo estuviéramos él , la tragedia y yo, balbuceó:
- ¡Se ha muerto! –me dijo- , el río, los peces , los árboles, todo se ha muerto.
- Pero qué bobadas dices.
- ¡El río se ha muerto! y se ha vuelto negro , todos los peces que nadaban en él flotan ahora muertos y ennegrecidos, los árboles están negros en las ramas que tocan las aguas y huele como cuando se pudre la carne de un perro muerto. Eso es la muerte. Y está en el río. ¡ El río se ha muerto !.
- Silencio - gritó el viejo que salía apoyado sobre una rama a modo de bastón.
Todos esperábamos que el anciano dijera algo que certificara la locura del muchacho pero al contrario , como si la noticia fuera esperada, nos envió al río a varios de nosotros, mientras las mujeres y los niños se quedarían para ir preparándolo todo para marcharnos de allí , pues los ruidos que venían de los bosques profundos, que eran como los gritos de la misma tierra , por donde nace el sol se oían cada día más cerca.
De manera que era, según el viejo, el momento ya de marchar tal y como lo hicimos algunas lluvias atrás.
Había que deshacer nuestras casas y marchar más hacia el poniente, lugar que sólo el viejo y yo sabíamos encontrar según las leyes que él había aprendido de su anciano y ahora yo aprendía de él.
En una ocasión le dije que en algún momento de esta huída llegaríamos a un sitio en el que ya no habría poniente, es decir, al poniente mismo y entonces sería el momento de enfrentarse cara a cara con los gritos de la tierra por aterradores que nos parecieran pues nada habría más allá.
- ¿Cuántos de ellos crees tú- me dijo señalando al resto de los hombres- serían capaces de sobrevivir al rugir de la tierra?. Si ya con el hedor que brota a veces de sus entrañas de esos lugares que en ocasiones nos hemos encontrado, negros como las noches, muchos de ellos enloquecen y creen haber llegado al final de la tierra, a la fétida parte del mundo, por donde la tierra excrementa lo que traga día a día. ¿Cuántos de ellos crees tu que soportarían oír los gritos de la misma tierra ante sus caras?.

- No sé , quizás yo tampoco lo soportaría.
La senda hacia el río estaba toda ella manchada a pisotadas de ese color negruzco que el niño traía sobre su cuerpo.
Pronto , tras los árboles que se doblan sobre las aguas del río, apareció éste.
Era cierto.
Todo tipo de peces flotaban hinchados y negros sobre las aguas también negras del río que olía a podredumbre, al muerto más grande que ninguno de nosotros habíamos visto nunca.
Sin embargo la corriente seguía su curso habitual y arrastraba miembros cercenados de grandes árboles y muchos más peces muertos y manchas negras.
Todos nos quedamos callados observando aquella muerte.
La corriente, como la muerte, viene de donde nace el sol.
Quizás no era el río el que estuviera muerto sino la misma tierra y ésta vomitaba sus entrañas sobre el río y la corriente arrastraba los signos de su muerte hacia el poniente.
- Hace unos días -me dijo uno de los mayores, el que escucha al bosque- el hablador huyó de mi maloca como lo habían hecho ya sus manadas libres y otros pájaros como el pico de luna coloreada y otros.
- Los bosques han callado, todo lo vivo se ha ido.
- ¡No toquéis el agua! – grité a los que venían conmigo. Puede que la muerte se os contagie. Regresamos.
El anciano tenía razón, había que marcharse. Faltaba poco para que comenzaran las lluvias y había que partir cuanto antes.
Antes incluso de llegar oímos los gritos del niño que nos había anunciado que el río había muerto.
Cuando llegamos, le vimos retorcerse de dolor con estertores de muerte y espumarajos rojos y negros.
El shaman me miró y negó en silencio con la cabeza. No había remedio para el niño. Había bebido de la misma muerte.
El consejo se reunió mientras las mujeres preparaban la leña para quemar el cuerpo del niño , les contamos lo que habíamos visto –Tenemos que marcharnos hacia el poniente , toda la vida huye hacía allá, incluso los habladores , los colas azules y otros pájaros ya lo han hecho y ya sabéis que ellos –dijo el que escucha al bosque- saben de lo que sucederá en el bosque mucho antes que nosotros.
- Todo en el río está muerto, he visto, incluso a las grandes serpientes que oculta el cieno del fondo del río flotar ahora como si fueran trapos retorcidos como el resto de los otros peces. La corriente está viva y trae hacia aquí más peces muertos y trozos de grandes árboles cortados con algún tipo de utensilio que los secciona limpiamente como si fueran una hierba.
El que mira más lejos se aventuró a relacionar a los pájaros enormes de colores plateados , los que rugen mientras vuelan, cosa extraña en las aves, como si fueran el presagio de todos los males pues éstos pájaros volaban sin aleteos hacia donde nace el sol y de allí venían los rugidos de la tierra.
El bichero que conocía a todos y cada uno de los animales del bosque, sus propiedades, sus venenos y sus costumbres, nunca había visto un pájaro tal pero si se aventuró a opinar que era posible que si los pájaros eran de las dimensiones que el que mira más lejos le había dicho fueran ellos los que estuvieran hiriendo de muerte a la misma tierra.
El primer círculo del consejo lo forman los más ancianos; cada uno de ellos se encarga de algo muy concreto y cada uno tiene , al menos, un aprendiz que , desde niño, le acompaña para aprender todo lo que sabe el más anciano. Los aprendices forman el segundo círculo del consejo.
Mi anciano, por ejemplo, sabe de cielos y estrellas, siendo capaz de señalar con total exactitud hacia dónde se pone el sol, era incluso capaz de orientar al resto bajo la espesura del bosque profundo y eso era lo que yo había aprendido. Estaban también en el consejo el cazador que optó por seguir a las manadas que huían hacia el poniente si no queríamos perecer de hambre, el que miraba más lejos dijo que todo lo malo venía de donde nace el sol o todo lo supuestamente malo se dirigía allí, en cierta ocasión creyó ver a un indígena de los que llamamos invisibles con todo su cuerpo envuelto en pieles excepto la cara y las manos que eran de un color mucho menos rojizo que el de nuestra piel.
El consejo acabó cuando el shamán predijo que las enfermedades nos diezmarían si seguíamos allí por lo que todos los ancianos estaban de acuerdo y la marcha se hacía casi necesaria para seguir viviendo. Y así, por el acuerdo de todos se decidió , de nuevo, la marcha hacia el poniente.
Yo se- me dijo mi anciano mientras volvíamos apoyándose sobre mi hombro- que no voy a superar este viaje, mis piernas y mi corazón se negarán en breve y tu ya estás preparado para ocupar mi sitio, elige a un niño que aprenda de ti. Debes ser sabio pues nuestro mundo conocido depende de ti y algún día , de él. Escúchale cuando te hable pues vendrán épocas de miedo y todo será necesario. El resto de ancianos me temo que harán lo mismo. El de la pesca es tan viejo como yo, como el shaman, el más joven sea quizá el que almacena alimentos y el que hace hablar a los habladores.
En los consejos no desprecies a nadie , ni siquiera a los que sean mucho más jóvenes que tu pues no todo lo aprende una persona sola y , en ocasiones, un niño de apenas unas lluvias verá lo que tus ojos no serán capaces de ver.
Esta ha sido mi costumbre desde que murió mi anciano y te tome a ti como aprendiz.
Cuando quememos tu cuerpo –le dije- para que vueles a las copas de los árboles más altos, el bosque reverdecerá y todos se alegraran de poder respirar un poco de ti cada día.
No te preocupes, me has enseñado bien y sé que nadie es nada sin los demás y que nuestro futuro es compartido y nuestras vidas también, que lo que le pase a uno de ellos me pasa a mi, como lo hacemos con la comida, todos comemos de lo que todos cazamos y nadie pasará hambre hasta que no la pase yo primero.
Las mujeres habían hecho fardos con los utensilios indispensables, se habían atado con pieles a los bebes sobre sus pechos y cuando ya estuvo todo preparado mi anciano y yo encabezamos la marcha hacia el poniente.

II
Cuando las mujeres comenzaron a sentir hambre y los niños ya parecían cansados a pesar de que éstos, como si fueran verdaderos ancianos, habían soportado mejor que en otras ocasiones la larga marcha que habíamos cubierto, parecía que eran también conscientes de lo que estaba pasando.
El anciano cazador organizó pronto una cacería mientras las mujeres comenzaron a recoger leña y preparar un fuego. El consejo se reunió en silencio , nadie escuchaba el canto de ave alguna. La caza será difícil hoy, dijo el bichero, quizás tarden en volver. El shaman propuso que el que habla con las plantas buscara esas que dan frutos que se pueden comer para intentar entretener el hambre de los niños y no crear más miedo del que ya parecían tener. ¿Cuánto tardaremos en escuchar a las aves?, ¿será ese el momento de haber llegado?. Llegaremos- , dijo mi anciano con la voz entrecortada y excesivamente sudoroso y cansado, - efectivamente cuando el bosque recupere su vida y tengamos cerca un rio ó arroyo de agua limpia. No importará entonces lo que tardemos.
Pronto nos trajeron frutos que tomamos mientras esperábamos casi en silencio la llegada de los cazadores y nuestros oídos querían oír el canto de alguna de las aves.
Las mujeres habían preparado un buen fuego a la espera de los cazadores, los niños jugaban con las ramas de los árboles bajos y sus voces resonaban entre la enorme concavidad de la selva como si fuese una gran caverna desierta, como la que usamos hace algunas lluvias y en la que el shaman nos enseñó a dejar sobre las rocas la pintura de nuestras propias manos y los niños dibujaban con arcillas y flores machacadas escenas de juegos , cazas y pájaros, el shaman cuando no estaba ocupado en sus quehaceres entretenía con estas ciencias a los niños y a los no tan niños.
Todos alzamos las cabezas cuando oímos los silbidos del que hace hablar a los habladores anunciando que estaban cerca; las mujeres clavaron unas ramas a ambos lados del fuego sobre las cuales colgarían los costillares y patas del animal.
Cuando llegaron los cazadores, al animal todavía le sangraba la herida de la garganta. No ha hecho falta disparar ninguna flecha –dijo el cazador- estaba tumbado con una pata rota esperando a que alguien le hiciera el favor de matarlo, y le hemos cortado el cuello, los saltadores sanos ya no están por esta zona, he visto pisadas de grandes manadas dirigiéndose hacia allá-dijo señalando hacia el poniente- la vida está allí, aquí sólo se han quedado los impedidos.
Los niños dejaron los juegos y ayudaron a despellejar al animal, el que mira más lejos tenía el privilegio de comerse los ojos de todos los animales que se cazaran y estos eran grandes y brillantes.
En esta ocasión nadie tuvo la precaución de protegerse pues de alguna manera sabíamos que , excepto los gritos de la tierra que se oían un poco más lejanos, nada nos acechaba por lo que parecía, éramos los últimos en huir de allí. No había, pues, peligro de que algún puma se acercara a comer de lo nuestro y , de paso, destrozar a zarpazos a algún anciano como ocurrió hacía tres lluvias.
Comimos el animal en riguroso orden, como siempre, primero los niños, luego las mujeres y por último los ancianos y los aprendices.
Cuando ya habíamos terminado la cena y como era costumbre entre nosotros, esperábamos que el shaman nos contara historias de animales que ya no existían o de ancianos que habían vivido antes que nosotros y que ahora formaban parte de las hojas de los árboles y de sus troncos.
La vida se renueva como lo hace el agua de un río –nos dijo- nunca la misma agua pasa por el mismo sitio, de forma que el mismo hombre no vuelve a vivir lo que ya ha vivido aunque, en ocasiones así lo crea. Pero el río, en sus orillas y en las piedras de su fondo guarda los recuerdos de cada una de las gotas del agua que han pasado por ellos. Esa es la obligación que tenemos con el mundo, con los árboles, sus aves y todos los animales, tenemos que dejar memoria de lo que somos y crear vida que recuerde.
Desde los primeros ancianos , las mujeres a partir de las lluvias en las que su cuerpo es capaz de crear otros cuerpos eligen de quién quieren ser preñadas debiendo el hombre cumplir con cuantas se lo exijan. Todos tenemos la misma sangre, como los ríos tiene el mismo nacimiento y no acaban nunca.
Aquella noche el shaman sabía que nuestro mundo estaba en peligro y era mejor que aumentáramos en número pues se avecinaban tiempos difíciles y los cazadores y trepadores debían ser muchos más que ahora pues la comida iba a escasear.
Aquella noche agradecí que ninguna mujer me eligiera a mi, estaba realmente cansado y mi anciano necesitaba de mi ayuda para casi todo. Hablé con el shaman porque a pesar de que morir es convertirse en otra cosa, no quería que mi anciano sufriera dolores; le dio a beber algo y le susurró al oído el nombre de una planta, probablemente a la que iría a parar cuando su cuerpo fuera quemado. Morirá esta noche –me dijo el shaman- no creo que mañana despierte.

III
Antes de que el sol saliera las mujeres ya habían preparado la leña para la pira del anciano. Sonreía, la muerte no es dejar de existir, es pasar a ser de otra forma. Los árboles, las, plantas, las aves, los insectos y los depredadores, todos antes, fueron otra cosa, quizá otro anciano, yo quisiera ser un viento.
Las lluvias estaban cada vez más cerca y de entre las hojas de los árboles gigantes caían ya gotas que anunciaban su llegada y mientras caían , el humo del anciano y sus cenizas se elevaban hacia lo más alto, donde ni siquiera el trepador era capaz de subir.
Cuando la pira se convirtió en polvo reiniciamos la marcha. Ahora era yo el que viajaba primero siguiendo el camino que mi anciano hubiera seguido, el del poniente, las señales eran claras. Cuando ya los árboles se quedaron sin sombra oímos el rumor de una cascada de agua, nos dirigimos allí.
Era un lugar excesivamente pequeño para que todos pudiéramos vivir allí tranquilamente y , según el bichero, no había rastro de bestia alguna, todas habían emigrado, aún no era el sitio pero decidimos descansar allí, refrescarnos en el agua y reponer las pieles en las que transportamos el agua del camino.
Me quedé dormido.
Me despertó un peso sobre el pecho y el estómago y un leve cosquilleo sobre la mejilla. Uno de los niños se había quedado dormido sobre mi, le acaricié la cabeza y lo observé mientras respiraba profundamente con una sonrisa que le provocaba el sueño quizá de un salto sobre el río o del juego con los habladores; su mano descansaba sobre mi mejilla como si buscara mi respiración y su seguridad.
Me quedé allí quieto, las mujeres sonreían al ver la escena, al buscador – decían- lo han atrapado. Pero la tragedia , por un momento, ya no era tal, el respirar de aquel niño me produjo la paz que buscaba, volví a dormirme plácidamente después de observar las ramas altas de los árboles y el absoluto silencio de un bosque muerto.
Al cabo desperté y el niño seguía sobre mi pero ahora era él el que me observaba trazando con su dedo la pintura de mi cara
- Tu eres el buscador, ¿verdad?
- Sí, y ¿tu?
- Yo, sólo un niño
- ¿Quieres aprender a buscar?
Pinté en su cara las pinturas de los buscadores y así se convirtió en mi aprendiz.

IV
Aquel era un lugar perfecto para levantar ahí nuestras casas pero, quizás, un poco pequeño, teníamos la selva demasiado encima y las leyes de siempre nos prohibían talar árboles en nuestro beneficio. Los árboles morían de viejos ó de enfermos, como nosotros, pero no se pueden matar por la mano de alguno de nosotros.
Algo así ocurría con los animales que comíamos; los cazadores sólo mataban aquello que nos podíamos comer, no hacía falta más. Quizás algunas veces pasamos hambre por cumplir con esta ley tan anciana pues después de un día de caza vinieron otros de escasez pero, la ley anciana lo decía y lo acatamos. Cubríamos el hambre con frutos pues sabíamos que de la misma rama de la que cogíamos un fruto en breve brotaría otro por lo que no tenemos esa sensación de destrucción como la de matar a un animal.
Aquel lugar era perfecto, teníamos un arrollo limpio cercano, los ruidos de la tierra a penas se oían y el que escucha más que los demás nos vino corriendo a decir que había visto cerca una colonia de habladores , nidos de hormigas en construcción y huellas de manadas que no huían sino pastaban cerca de aquel lugar.
Aquel lugar sólo tenía un pequeño inconveniente y es que estaba descubierto al cielo, fuera de la espesura de los grandes cauchos lo que a los dos guerreros no les hizo mucha gracia porque opinaban que éramos presa fácil de esos enormes pájaros que rugen mientras vuelan y de los que ya habían oído hablar. El bichero les convenció que si bien los había visto nunca parecieron hostiles aunque sí aterradores.
Los ancianos nos reunimos junto a nuestros aprendices y decidimos construir allí nuestras malocas y disponer los instrumentos de la cocina y la caza en sus sitios adecuados, los niños pronto encontraron los árboles que se prestaban a sus juegos y al reír de la chiquillería llegaron los habladores y algún mono.
La vida parecía renacer de nuevo.
Esa misma noche comenzaron las lluvias.
El shaman ayudó a parir a una de las mujeres y los llantos del recién nacido se mezclaron con la lluvia golpeando sobre las hojas altas. Era un buen momento para nacer. Siempre se había dicho que los niños nacidos en días de lluvia serían aprendices de shaman y éste nació ya con los ojos abiertos y el primero en tomarlo entre sus manos fue el aprendiz de shaman, su vida ya tenía sentido.
Cuando el sol comenzaba a salir los cazadores salieron dispuestos a traer un buen animal para la celebración y así lo hicieron y sin tardar tanto como la último vez.
- Este sí hemos tenido que matarlo, hay manadas enteras de saltadores y otras bestias, por fin hemos visto , de nuevo, incluso a un puma.
Todo nos decía que la vida estaba aquí.
Celebramos la comida en honor al recién nacido, al niño de la lluvia. El aprendiz de shaman dijo ya que lo tomaría como aprendiz cuando su maestro pasara a ser otra cosa y él estuviera preparado, cosa que el propio shaman afirmó sin dudas. El niño de la lluvia será un buen shaman.
Los días de las lluvias los aprovechamos para reparar los utensilios de las casas, dormitar en las hamacas y escuchar las historias del shaman, de las cosas que habían sucedido muchas lluvias antes que estas e incluso, a veces, de las cosas que pasarían dentro de muchas.
- He visto morir nuestro mundo varias veces y de formas distintas. Pero yo creo que morirá por esa mancha negra que visteis en el río. Nacerá una raza nueva de personas a las que no les importará desmembrar los grandes árboles, matar los ríos e incluso matarse entre ellos mismos. Será una raza de taladores que confundirá la destrucción con vivir mejor aunque de entre ellos saldrán voces que griten por los árboles y mueran por ellos. Los taladores mataran a nuestros niños y a nuestras mujeres para sentirse superiores o , al menos, para no tener con quién discutir de quién es la tierra cuando, en realidad, la tierra es de la propia tierra y no entenderán esto hasta que ya casi no tenga solución. Pero esto será dentro de muchas lluvias, de momento aquí hay vida y hay que vivirla como hemos hecho siempre.
En ocasiones el shaman exageraba sus historias cuando observaba alguna rivalidad entre los guerreros y los cazadores por sus habilidades con las armas o cuando dos mujeres discutían por un hombre. Normalmente no ocurría pero en las épocas de lluvia solía ser más frecuente que el resto del tiempo.
Nos amenazaba con atrocidades y fines del mundo creando cuentos de seres abominables en los que nos podríamos convertir si la envidia y la violencia se esparcía como los charcos por entre las malocas. Los guerreros y los cazadores se miraban y se sonreían entendiendo que no había rivalidad que a ambos les interesaba que el otro fuera mejor tirador pues si el cazador lo era las presas serían mejores y si el guerrero lo era, la defensa sería más contundente. Las mujeres, por su parte, entendían que los hombres no se acaban en una noche y ambas podían compartir al mismo sin necesidad de discutir tontamente por ello.
El shaman sabía hacer bien su trabajo.

V
Aquel era un lugar perfecto a pesar que los guerreros, que eran cuatro , con sus cuatro aprendices, mantenían una vigilancia especial porque por encima de su cabeza no se extendía el manto protector de los grandes árboles sino el cielo abierto.
Uno de los aprendices alertó al resto de ese ruido que no identificaba con ningún animal y que venía de donde se pone el sol. Todos ellos se quedaron totalmente inmóviles, el ruido se iba acercando poco a poco.
El bichero salió de su maloca y lo identificó como uno de esos pájaros que rugen mientras vuelan. Los cazadores mandaron a sus aprendices para avisar a todos de que no salieran de sus malocas.
Armaron sus arcos con las mejores flechas y apuntaron al cielo en dirección al ruido, el ave que ruge mientras vuela todavía no se podía ver todavía.
Tensaron los arcos hasta su límite.
Su ojos no dejaban de observar el cielo.
Sus músculos como piedras a punto de resquebrajarse.
De pronto apareció el enorme pájaro que ruge mientras vuela y se quedó quiero sobre sus cabezas.
El primero en disparar fue el guerrero más anciano. Los cazadores se dispusieron entre la espesura con sus arcos , cuchillos y hachas por si en algún momento el ave descendía.
Las flechas al impacto con el cuerpo del rugidor se partían aún así siguieron lanzando hasta que inexplicablemente giró y se fue hacia el poniente.
El terror se quedó a vivir con nosotros.

VI
28 de Mayo de 2008
Fotografías únicas de “indígenas invisibles” en la frontera
Un grupo de indígenas pertenecientes a uno de los últimos pueblos indígenas aislados del planeta , también conocidos como “indígenas invisibles” fueron divisados y fotografiados desde el aire cerca del límite fronterizo entre Brasil y Perú.
Se piensa que este grupo ha huido a Perú a través de la frontera de Brasil escapando a la tala ilegal que afecta a las regiones de Yurúa , Purús y Enviara . “Lo que está ocurriendo con esta región de Perú es un crimen descomunal contra la naturaleza , los pueblos indígenas, la fauna , así como una prueba evidente de la completa irracionalidad con la que nosotros, los civilizados , tratamos al mundo , casa de todos nosotros “ declaró el experto en pueblos indígenas aislados José Carlos dos Reis Merielles Junior. Merielles trabaja para la FUNAI.
Las fotografías fueron tomadas en varios vuelos realizados sobre una de las zonas más remotas de la selva amazónica .
“Sobrevolamos el área para mostrar sus casas , para mostrar que están ahí, para demostrar que existen”, dijo Merielles, “Esto es realmente importante porque algunos dudan de su existencia . Desconozco a qué pueblo indígena pertenecen , y deseo no saberlo durante muchos años más”.

viernes, 13 de junio de 2008

Niño con ojos de cielo

No sé tu nombre ni cuántos años tienes, aunque con seguridad son pocos porque tu cuerpo es aún pequeñito; tanto, que tus ojos quedan a la altura de las piernas de la gente, sin alcanzar siquiera su cintura. La gente que se mantiene en posición erguida, me refiero, la que anda dando pasos instintivamente sin darse cuenta de que los da, primero un pie, después el otro, ahora levanto el derecho, ahora el izquierdo, ahora me paro a ver un escaparate, ahora echo a correr para alcanzar el autobús. Tú también andas. Pero para hacerlo necesitas un aparato muy grande y muy negro, todo de hierro, con unas barras rígidas y gordas a las que te aferras desesperadamente porque sin ellas te caes de bruces. No sé tu nombre, ya digo. Sí sé que tienes el pelo de un rubio pálido como las gavillas de trigo de los campos sin sol, y que se te desploma sobre la frente cuando te cansas de mantener levantada la cabeza. Me pareció que te cansabas demasiado. Más de lo que tus fuerzas podían soportar. Pero te empeñaste durante mucho rato en someter al cansancio y te vi negarte varias veces, con resuelta firmeza y hasta con rabia, creo, a que tu padre te cogiera en brazos. A mí la delgadez extrema de tus piernas blancas, abrazadas también por dos hierros muy negros para que no se te doblaran con el liviano peso de tu cuerpo, se me metió corazón adentro y me lo apretó tanto que se me encogió. Entonces miré tus ojos. Y descubrí que en ellos llevabas enganchado todo el azul del cielo.Fue el sábado pasado, ¿te acuerdas? Tú formabas parte de un escuadrón sin armas que se había echado a las calles de la ciudad para reclamar justicia. No caridad, ni compasión, ni lástima: justicia. Ibas con tus padres y un hermanito o hermanita todavía bebé, dentro de su cochecito. Alrededor tuyo había coches más grandes, sillas de ruedas las llaman, con personas de las que no se mantienen erguidas ni pueden andar echando primero el pie izquierdo y luego el derecho, o al revés. Y había más niños, unos pequeños como tú, otros mayores, sujetos a sus sillas rodantes por correas dulcificadas con almohadillas, con el cuello vencido hacia un lado y los ojos muy abiertos, la mirada colgada en las fachadas de los edificios y las copas de los árboles, sin entender nada. Pero yo, desde que te vi, no sé qué me pasó que ya no pude dejar de mirarte. Por eso, ¿sabes?, estoy segura de que sonreíste en varias ocasiones, coincidiendo con el trueno rabioso que los chavales de Virgen del Remedio, esos del peinado con rastas a lo Bob Marley, arrancaban de sus instrumentos de percusión buscando agujerear los oídos empecinadamente sordos de nuestros políticos. Y los de la gente que iba por las aceras tan contenta, también.Como la mani fue bajando y subiendo por plazas y calles y se paró delante de la Subdelegación del Gobierno, antes de llegar a la torre vacía e indiferente de la Generalitat, el recorrido se alargó en exceso y en algún momento tu padre te alzó del suelo, aunque tú no querías. Te recostaste sobre su cuello, casi vencido por el agotamiento, y desde aquella altura lo contemplabas todo con tus ojos azules desmesuradamente abiertos, como queriendo abarcar la ciudad entera. Tu padre necesitaba los dos brazos para sujetarte bien, y tu madre no podía empujar sola el carrito de bebé y tus negros hierros de andar. Una señora se acercó y empuñó tu andador. Entonces tú te enfadaste mucho. Mirabas a tu padre, mirabas tu andador y con tu puñito cerrado empezaste a golpearte el pecho. Tu padre explicó: dice que es suyo y quiere llevarlo él. De repente comprendí que tampoco hablabas. Y me fijé en que tus brazos, frágiles como alas de mariposa, se movían con esfuerzo, desmayo y cierta descoordinación. Está claro, lo tuyo no es polio. Puede que sea parálisis cerebral de nacimiento. O una enfermedad degenerativa, una de esas distrofias bordes que día a día, con empecinamiento silencioso, se van apoderando de los cuerpos hasta transformarles la carne y los huesos en algodón.O sea que tú, niño con ojos de cielo, nunca serás capitán del equipo de futbito de tu barrio. Nunca correrás detrás de una pelota, ni treparás por las piedras persiguiendo una lagartija, ni les harás ahogadillas a tus compas en el Postiguet, ni te subirás a un árbol buscando nidos, ni provocarás a los bomberos saltando junto a una foguera, ni serás campeón de judo en el cole. Supongo que todavía no lo sabes. O sí. A lo mejor ya te has dado cuenta de tu diferencia, a pesar del cariño con que en casa tratan de paliar tus limitaciones. Y por eso eres tan fuerte en tu debilidad, tan firme en tu determinación, tan gigantesco en tu pequeñez. Por eso obligaste a tu padre a bajarte, y volviste a agarrar con tus bracitos de junco el andador de hierro para seguir la manifestación andando. Con un esfuerzo titánico, pero andando.Tú no sabías que tu figura pequeñita y vacilante era la estampa de la dignidad. Y un bofetón sobre la cara de los políticos que racanean la aplicación de la Ley de Dependencia. Tú no sabes aún que vives en una tierra jacarandosa donde importan más los eventos deportivos, los banquetes, las alharacas y los halagos a los ricachones, que los derechos básicos de las personas. Tú no sabes que tu alcalde se gasta los millones del pueblo que hagan falta en competiciones de vela, y no encuentra cuatro euros de mierda para rebajar las aceras y que los que van en silla de ruedas puedan transitar por la ciudad sin depender de nadie. Tal vez por eso, viéndote, me acordé de un padre, Miguel se llamó, que como el tuyo quería otra España para el hijo. Y supe que lo que él escribió para el suyo te sirve lo mismo a ti: "¡No te derrumbes! No sepas lo que pasa ni lo que ocurre".

Ángeles Cáceres