viernes, 30 de noviembre de 2007

Las gotas del alba (3)

Luís y yo éramos tan profundamente distintos que he llegado a pensar, en ocasiones, que la genética sería capaz de demostrar que nuestros padres no habían sido los mismos.

Luís era un joven alto de tez clara, delgado pero fuerte, con el pelo rubio y liso que solía mojar para oscurecerlo; tenía los ojos azules como ninguno de nosotros aunque , como buscando una excusa , la abuela decía que un tío abuelo suyo los tenía igual.

Era guapo, pero como extranjero. Como los maizales rubios.

Recuerdo que en una ocasión , bañándonos en el Postiguet, un guardia le llamó la atención, en el mejor inglés que pudo , cuando jugábamos a la pelota incordiando al resto de bañistas; todos nos reímos a carcajadas menos Luís. Todos pensábamos lo mismo de Luís.

A mi, sin embargo, el pelo se me acaracolaba en las orejas, como al abuelo, tenía la piel morena , como la abuela, y según ella, era más barato comprarme un traje que invitarme a comer. Era un tragaldabas, y así estaba, con piernas como perniles y más ancho que alto.

Mis ojos eran iguales a los del abuelo, marrones, como de aquí.

En cuanto al carácter las diferencias eran aún mucho más profundas. Mientras que a mi me encantaba ser el payaso de la fiesta, incluso burlándome de mi propia panza, Luís procuraba pasar inadvertido si es que la asistencia era obligada aunque, la mayoría de las veces, se quedaba tumbado en la habitación. Tiene el alma perdida, decía la abuela.

Yo simplemente creía que se trataba de un aburrido, es que ni siquiera leía, sólo se tumbaba en la cama y , al cabo de un rato, soltaba su famosa frase sobre la mierda y el mar. Nunca a razón de nada, pero la soltaba.

Las chicas le perseguían como golondrinas y tuvo pronto sus primeras experiencias sexuales, ninguna de ellas amorosas porque Luís, decía que no creía en el amor. Yo, sin embargo, sufría por el amor idílico, por imposible, de la vecina del número seis. Hija de los fruteros, morena, graciosa , de ojos verdes y de una sonrisa que me tenía a comer de su palma, pero , imagino , prefería mil veces a Luís que a mi físico.

Luego decían ellas que preferían un hombre inteligente y que era más importante el interior que simplemente el físico; y una mierda.

Que me lo pregunten a mi.

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