miércoles, 28 de noviembre de 2007

Las gotas del alba (1)


El retorno a la tierra ha sido tan sentimental, y tan mental, y tan divino,
que aun las gotas del alba cristalina están
en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino

Ruben Darío – Retorno
Suben ahora la escalera hacia la primera planta con un peso firme en los pies, soportándose la subida en la barandilla de madera, clavando las manos a cada tramo.

No hay más luz que una bombilla moribunda amarrada sobre los cables colgantes del techo.

Hay escalones desmembrados y otros con las marcas del paso del tiempo y las gentes.

Las paredes de papel con el terciopelo desgastado han perdido los cuadros que la adornaban quedando de ellos la antítesis de sus sombras.

Marcada la estancia a fuego del claro oscuro paso de ese tiempo en el que ambos se deslizaban por el tobogán prohibido del pasamanos hasta caer estrepitosamente junto a la puerta de salida por la que entraba el calor sofocante del junio de aquellos años.

¿Cuánto hacía que no habían estado ahí?. ¿ Quizás quince , veinte años ?. Quizás demasiado.

Antes de subir habían estado en el salón con el abuelo Juan, tan enhiesto , tan sobrio y espigado, tan de pocas palabras, como siempre. Solo les dijo, con la voz atronadora que le salía del pecho cargado de picadura de tabaco, “Se muere”.

No había duda, no la tenían, incluso antes de que el abuelo Juan lo sentenciara. Sabían que aquella llamada que recibieron el día anterior no podía tener otra excusa. El abuelo Juan no era de visitas y mucho menos propicio a llamadas de cortesía.

“Me pidió que os llamara, y por ella lo he hecho”.

El abuelo Juan se quedó en el salón, meciéndose casi a oscuras, liándose un cigarrillo. Como si les despreciara.

Una vez arriba, el distribuidor, con su mosaico en forma de flores exóticas sobre el suelo, daba acceso a la habitación principal que tenía la puerta entreabierta, a un aseo y a una tercera habitación que había sido la de ambos hacía tantos años.

La lámpara de araña seguía en el centro del distribuidor, con sus reflejos de arco iris sobre las paredes y su tintinear al paso de los tranvías de antes sustituidos ahora por el trabajo casi continuo en el edificio en construcción que, frente a la casa, le había cegado de luz y de la brisa del mar.

Sobrevolaba como siempre, ese perfume de jazmines del jabón de la abuela que les despertaba cada mañana. Lo hacía en un tacho de zinc en el patio de la casa con las flores recogidas del jazminero del porche y la sosa que el abuelo le compraba a Vicente el de las drogas y un poco de la sal marina de los Saladares, luego con la grasa y el aceite sobrante de las comidas añadía la esencia del jazmín.

Las tardes del jabón se prohibía la entrada de los niños al patio y la casa se inundaba del olor dulzón y fresco del galán de noche.

La habitación donde tantos días habían dormido continuaba exactamente igual, tan limpia, con las camas recién hechas, como esperando su vuelta.

Los juguetes ordenados sobre el suelo, el balón de cuero remendado, las cometas de papel y cañas, algún cordel de peonza y las obras completas de Julio Verne.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Otra vez me ha vuelto a emocionar. Me gustaría saber como continua. ¿podrá ser?

Daniel dijo...

Podrá ser.
Como decían en los cines de sesión doble "Visite nuestro bar", es decir, en el descanso de hoy a mañana.
Muchas gracias.

P.D.
¿otra vez?