jueves, 15 de noviembre de 2007

Vivir para contarla - Parte 1

Dispenseme la arrogancia de usar este título pues ya lo hizo Don Gabriel García Márquez para sus memorias pero me parecieron tan a propósito que no pude evitarlo.

Y siguiendo con los clásicos como decía Don Ernesto Sábato, "Vivir consiste en construir futuros recuerdos" y como digo yo mismo "El recuerdo es un deber del presente y un derecho del ausente".
Y depués de estas lapidarias el lector ya se ha debido dar cuenta de que esto va de inventarios y resúmenes por lo cual le recomiendo , en este punto , cerrar la ventanita del explorador, si este tipo de narración le aburre, o continuar si le viene a bien, sabiendo que el tiempo que permanezca el lector en esta página engrosará alguna de esas estadísticas que los jefes de internet manejan y controlan a su antojo favoreciendo mi popularidad, sin duda.

El jueves, 25 de Abril de 1.963 fue día de Santa Faz (para los foráneos explicaré que es fiesta grande en Alicante en la que , con la excusa religiosa, se hace una romería hasta un caserío cercano en el que se venera la reliquia de la Faz Divina y alrededor del cual se celebra feria) , por lo que la mayoría de los vecinos estaban de romería y pude armar el estruendo propio del nacer sin alterar la vida vecinal.

Mi madre me parió en casa, como se hacía antes, con la matrona que la ayudó y al nacer sintió una pequeña decepción al comprobar que no era niña (esto me lo dijo años después). Era el tercer machote de la saga y ya correspondía hembra.
A mi hermano el mayor le llamaron José Antonio en honor a los dos abuelos, al segundo Victoriano (aunque él ahora se haga llamar Victor) por mi madre y a mi Daniel Ramón el primero por mi padrino ,que lo fue únicamente el día del bautizo, y Ramón porque era el segundo nombre del abuelo.

Para tranquilidad de todos luego , tres años más tarde, nació mi hermana Vicky y luego , como un desliz que agradecemos ahora todos, mi otra hermana, Toñi.
Siguiendo conmigo que soy , al fin, el personaje principal de esta narración, de mis primeros años no recuerdo nada en absoluto, lo cual no me preocupa porque le pasa a todo el mundo y no es nada anormal. De aquellos años tengo recuerdos que no se si son míos o los heredé de mi madre, de las gracias que hice, y de las cosas que dije y, eso sí, un recuerdo imborrable en la sien derecha, cicatriz de un accidente con mi triciclo con volquete al tomar la curva inmediata a la gigantesca puerta de la calle del Marques del Bosch y que por esas inexpugnables leyes de las fuerzas centrípetas me hizo caer golpeándome con el cerrador de hierro.
Según mi madre estuve un buen rato inconsciente. Según yo, he seguido inconsciente durante algunos años , pero de otra manera.


Mi abuelo paterno José Moya Saez, durante las milicias


Salvando las distancias temporales y de otras magnitudes, mis padres tuvieron una vida tan trashumante como la de los Machado pues fueron cambiando de casa conforme aumentaba la familia y la prosperidad del señor de la casa, es decir mi padre, progresaba en los distintos trabajos que tuvo (algunos de ellos de forma paralela).




Heredad La Marquesa (Rojales) , donde nació mi abuela





Mi abuela paterna Maria Fernández Lillo



Entre otros mi padre fue albañil en la urbanización de la Rambla, cobrador de tranvía, trabajador en la fábrica de gomas y muchas otras cosas. Mi madre, que también trabajó para socorrer a la mesnada trabajó limpiando el suelo pío de la Concatedral de San Nicolás hasta que con una barriga prominente en la que yo debía de encontrame la mar de agusto y arrodillada limpiando dicho pío y santo suelo, se compadeció Sor Adelina de ella e hizo todo lo posible para que mi padre abandonara los trabajos que tan pocos sueldos le reportaba para recomendarlo a un puesto de conserje en la recién creada Caja de Ahorros Provincial.



Mis abuelos maternos en el Barrio de Santa Cruz

Mis padres y mi yaya María



Así, de esta santa manera, mi familia pasó a vivir mejor y a labrar un futuro familiar en dicha entidad en la que luego, con los años, entraría mi hermano mayor (q.e.p.d.) como botones ascensorista en el flamante edificio de La Rambla, el Edificio Provincial. Allí precisamente fue donde mi pater conoció al ilustre pintor Gastón Castelló y que en agradecimiento por las atenciones que le otorgó le regaló una preciosa acuarela "Fondamento tre ponti" que ha sido, al fin, lo que heredé de mi padre, a parte del ser.

Años más tarde mi hermano Victor (porque así le gusta que le llamen) hizo las oposiciones para auxiliar administrativo de la CAPA en el instituto Jorge Juan de Alicante, las aprobó y ya eran tres los Moya en la CAPA.

En mi casa, y este es uno de los recuerdos más vivos que tengo, a la hora de la comida se nos recordaba siempre que comíamos gracias a la caja pues el trío no dejaba de hablar de ello mientras mi madre y yo nos hacíamos con el famoso bollitori de mi madre, consu ñora y su bacaladito.

Una de esas tardes de colegio ya con la familia viviendo en Virgen del Remedio , cuando Virgen del Remedio era un barrio digno de trabajadores honrados, me enteré de que un señor bajito , muy viejecito y con cara de mala leche, se había muerto. Me fastidió porque no echaban otra cosa en la tele que no fuera el entierro. Al contraste de la seriedad de aquel hombre diciendo que Franco había muerto, por las calles pasaban coches con banderas rojas por las ventanillas y pitando como cuando alguien celebra una boda.

De aquellos días tengo un recuerdo imborrable y que se ha convertido en un sueño recurrente. El balcón de geranios de mi abuela.

Mi abuela. A la que tanto quería y a la que tan cerca he sentido siempre, incluso ahora.

De ojos azules y el pelo nevado, le surcaban la cara riachuelos de tiempo y añoranzas del pueblo, del hermano que perdió de joven, de los trabajos de sirvienta en casa de un señorito de Alicante, de la guerra, las bombas y los refugios.
Siempre estuve convencido de que los geranios crecían como ofrenda a mi abuela, nunca vi otro balcón tan florido y tan agradecido, como nunca vi mujer más bella.

La pensión de viuda de funcionario no era generosa por lo que tuvo que ponerse a trabajar junto a su única hija , Ofelia, como costurera para un modisto de San Vicente que cada semana le traía las medidas y las telas de los trajes a medida.

Casi a punto de morir a sus pocos cien años, me dijo en susurros, que la llevara a casa.

Quería volver al arrollo donde lavaba la ropa y luego la dejaba secar sobre el cañaveral, a Rojales, a su casa, con su hermano, con sus padres. Con todo lo que echaba de menos.

Y aquí te llevo, yaya.

De las juventudes de mis padres se bastante poco y lo más que me llegó fue por esas charlas de mi madre.


Sé que fueron novios desde muy jovenes, quizás desde los catorce, aunque también sé que mi madre tuvo antes de casi novio a un señorito que la pretendía y al que mi madre, por las cosas del hambre y la falta de dineros, le desdeñaba una invitación al cine por un conejo para comer. Este señorito, con el tiempo, llegó a ser escritor de renombre, periodista, político comprometido y referente de muchos. Lo que es la vida. Ahora, querido amigo Enrique, somos casi familia. Porque el cariño que mantenemos no tiene más nombre.






Era guapa mi madre, rediez.

Mi padre fue, y así lo decía mi madre, un tio guapo pero un tanto calavera. En el barrio de Santa Cruz era conocido como el guitarra pues no había sitio donde fuera que no la llevara. Sn estudios tocaba de oído pero finamente. Llegó a actuar en la radio con un trío que formaron él k su amigo Tani y otro del que no me llegó el nombre.

Mi padre hizo la mili en Valencia y tanto fue lo que le contaba en sus cartas a mi madre que decididamente el viaje de novios había de ser allí.
Eso sí mi madre sólo le puso una condición para la boda: o la guitarra o yo.
Y la eligió a ella.

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