lunes, 11 de febrero de 2008

El 2336

No pensó que escapar de allí le fuera tan sencillo. Mientras corría por el pedregal con los pies machacados cruzaban por su mente todas las imágenes de aquellos días de cautiverio. ¿ Cómo había podido sobrevivir a aquella barbarie ?.

Estaba a salvo, no había sirenas de alarma ni ladridos de perros perseguidores; seguía corriendo sin volver a mirar pero adivinaba que aquel sitio le quedaba ya bastante lejos.

La libertad no es un papel, es un sentimiento que te libera el pecho y las piernas.

A pesar de estar totalmente desorientado sentía que corría en la dirección correcta y que sus piernas tenían toda la resistencia del mundo. Nada había ya que lo impidiese, era por fin libre. Tendría ahora que conseguir cambiar la ropa y el aspecto en la aldea más cercana.

Junto a la playa encontró una cabaña de maderas , tablas y planchas de acero a la sombra de la cual aleteaban al viento las ropas. Una mujer , un hombre y un niño habitaban aquella miserable habitación. La ropa del marido le quedaba algo holgada pero le serviría para salir del paso. Una vez cambiado el atuendo hizo un hueco entre las arenas de las dunas y le prendió fuego a su piel de preso. Mientras ardía observaba cómo todo lo pasado se le convertía en unas cenizas negras, libres ahora también al viento de levante.

Entre las dunas, a lo lejos, aparecieron la figura de una mujer con un niño en brazos. Desde tan lejos le gritaron un nombre que no era el suyo. La mujer dejó al niño que ya andaba sólo y con los brazos abiertos se dirigió hacia él, gritando , de nuevo , ese nombre que no era el suyo.

Cuando la mujer alcanzó el lugar donde se encontraba se le abrazó con desesperanza y le susurró al oído.
-Miguel, ¡cuánto te hemos echado de menos!, pensábamos que habías muerto en el frente.

La mujer lo besó con ansia mientras le acariciaba el pelo y la espalda .
-¡Oh! Miguel, que bien que estés de nuevo en casa.
Pasados unos minutos llegó el niño y se le abrazó a la pierna llamándole papi.
No dijo nada. Entraron en la casa e hicieron el amor tirados sobre el camastro , protegidos por la cortina que delimitaba la habitación del resto de la casucha, mientras el niño jugueteaba con los escarabajos de las dunas.
Volvió a gritarle el nombre que no era suyo entre sudores y el pelo revuelto.
Colgado de un clavo sobre una de las paredes levantada con retales de maderas vio el retrato de su boda con aquella mujer de la que no recordaba siquiera su nombre.

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