martes, 4 de septiembre de 2007

Volvemos a casa

Abandonada la tierra devastada y dormida de este contorno alicantino que el mar le da forma, ascendemos a las casas blancas de Benissa, a las colinas cuarteadas de Gata y su cerámica y su mimbre.

Cambia de color el suelo cimbreando del marrón arcilloso al blanquecino erial de las canteras y las calvas de piedra vieja camino de Pedreguer que a la sombra de los pinos y al susurro casi inaudible de sus aguas filtradas esconde sus casas azulinas.

La boca del mundo se abre en Benidoleig y su cueva, y al frescor de su garganta los helechos concienzudos crecen de lo más duro y árido, pero creciendo y verdeando.

No hay más ruido que el diapasón de la vida y a su ritmo , sin poder evitarlo, acariciamos las ancianas rocas húmedas de lo más profundo de la tierra.

Y en esa oscuridad casi abismal y profunda aflora el color verde de sus ojos como reencuentro con la vida y la verdad absoluta.

La Nucía es un balcón que te asoma al peñón lejano y grandioso de Calpe y su valle, alrededor , mires hacia cualquier punto, todo es azul.

Por fin afloran las aguas de la tierra en la plaza de las fuentes de Polop y allí nos dejamos mojar mientras corretean los chiquillos y los ancianos beben del caño primero y fuman bajo la sombra aburriéndoles sólo, el humo dormido del tabaco.

Benidorm está ahí mismo, con su bullicio de gentes y en algún sitio , guardado como un tesoro, el recuerdo de ese pueblo que fue.

Subimos a lo más alto y nos envuelve esa sensación de propietarios vitalicios del mundo y ahí, en lo más alto, vuelven sus ojos verdes y nos declaramos mutuamente mientras a cientos de metros bajo nuestros pies sobrevuelan las gaviotas y el mar no se escucha.

Volvemos a la tierra que suplica ayuda, a las salinas desecadas, a las isletas hundidas, a la realidad de la vida en movimiento.

Volvemos a casa.



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