viernes, 7 de diciembre de 2007

Las gotas del alba (5)

Huímos este hijo que no parí y yo, por tierras agujereadas por las bombas, vimos cadáveres alimentando alimañas, entre el olor agrio del azufre y los tejados quemados de las haciendas.

Fueron días ó semanas, en las que nos alimentamos de la comida que robé a los muertos, de los frutos que encontré aún sobre los árboles mientras el bebé sorbía de mis pechos lo que no había. Algún pobre cabrero, temeroso de todo, se apiadó de nosotros y nos ofreció leche en un cuenco y un lugar donde pasar unas de las noches. Pero debíamos seguir andando y huyendo, debíamos llegar al mar, a la costa de esta Francia arruinada de todas las cosas, por donde los caballos de hierro y los lanzallamas habían primero esquilmado los viñedos del Languedoc. Vimos gente llorando sobre la tierra como si esta estuviera muerta, como si le guardaran luto a las raíces del campo.

Enfermé de fiebres que me hacían temblar las pocas carnes que me quedaban, y los huesos me retorcían de dolor, caí rendida junto a una viña todavía viva pero pelada de frutos.

Desperté no sé cuánto tiempo después y sobresaltada busqué al hijo que no había parido y lo encontré sobre una improvisada cuna de paja a mi lado. Sólo sabía que allí había calor y que las fiebres y las tiritonas habían desaparecido.

-ah, il s'est déjà éveillé. L'enfant pleurait beaucoup mais nous lui avons donné du lait et il semble que c'était ce dont il(elle) avait besoin

Si, necesitaba leche y un hogar calentito. Aquella anciana ajada, me sonrió como si quisiera salvarme la vida, y lo hizo.

Recordé entonces las clases de francés de mi madre, en aquellas tardes verano en el patio de casa, entre las macetas mientras tendía la ropa. Llegó a obligarme a hablarle sólo en francés. Mi madre, cuánto habrá sufrido sin saber de mi.

Recobré las fuerzas y conseguí al cabo de los días levantarme de la cama. Era una casona de gruesos muros, con aperos de labranza casi por todos lados; cuando abrí la puerta de la calle la luz del sol me cegó y ví a aquel anciano arando tras la mula, paró un momento y me saludó con la mano y una sonrisa.

La casa había sido uno de los viñedos más importantes de aquella tierra de vinos. De los viñedos quedaron las ramas con las que nos calentábamos junto a la chimenea pero a Pascal, la ruina le hacía fuerte y se propuso devolver a los campos lo que los lanzallamas y las tropas de las esvástica le habían robado.

Me enseñaron a reconocer la silueta del monte Lozère y el macizo imponente de Canigou.

La casa estaba sobre una pequeña colina desde la que se divisaba al completo el viñedo inmenso al frente, a la espalda y a unos pocos metros por un camino de tierra surcado por los carros se llegaba a un pequeño pueblo , Saint Andrè de Roquelongue. San Andrés.
Allí empezó mi niño a andar. Allí empezó nuestra vida de nuevo.

Trabajé labrando y plantado viñas y compartí con ellos la alegría de los primeros frutos.

Les expliqué que tenía que volver a casa, que tenía otro hijo allí en España , al cuidado de mi madre y un marido del que no sabía hacía cuatro años.

De los francos que recogieron con la venta de las primeras uvas, me compraron un billete de tren y una maleta de cartón, algo de ropa para el niño y un poco de comida.

Los abracé con todas mis fuerzas, besaron al niño como si el futuro de todos nosotros estuviera en él, en ese bebé rubio y sonriente al sol del Languedoc.

-Maintenant j'ai dans vous d'autres parents


En el viejo autobus llegamos hasta Montpellier. Era imposible , lo sé, pero casi podía oler el mar de casa.

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