Cuando después de tres inauguraciones ficticias vino José Mari a reinaugurar la Ciudad de la Luz, nos dió por pensar en el nombre de tal complejo. Después de varias hipótesis, y al margen de la charanga y pandereta del populista «la millor terreta del món», dimos en caer que, efectivamente, el complejo es digno de tal nombre.
Digamos que a eso de las 22.00 horas los rugidos del mar contra las rocas en la avenida de Elche, y el oscuro vial (con suerte una de cada dos farolas encendidas) nos recuerda a la pobre caperucita temiéndose lo peor. Mientras, el acceso cerrado al tráfico, que desde la misma avenida debe conducir al centro del complejo, luce hermosas lucernas vanidosas al paso del cual siempre me digo, «¿La Ciudad de la Luz ó el barrio de la luz?».
A todo esto, mera anécdota sutil, se le suma ahora la tercermundista situación de los cortes de suministro, casi continuos, que se producen alternativamente por distintos barrios de esta Ciudad de la Luz, y la famosa frase del torrezno Zaplana «en los pueblos que visito yo, no hay restricciones ni cortes». Y a pesar de todo y a oscuras, los alicantinos seguiremos votando al alcaldable.
Pena de ciudad, oiga.
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