Ya cuando era niño era aficionado a coleccionar prácticamente de todo, el todo-coleccionista. Tenía amigos que sólo coleccionaban cromos, o sólo cómics, o sólo sellos, o sólo billetes. Yo lo coleccionaba todo.
Debe de haber en algún sitio algún ensayo escrito sobre esta afición, seguro. Coleccionar algo es, al fin y al cabo, algo muy común. ¿ Quién no colecciona algo ?. Supongo, me digo, que el que no tiene nada no tiene ni colección de nada.
Lo primero que coleccioné, lo recuerdo bien, fueron botones, de todos los tipos, de todos los tamaños, de todos los colores, de cualquier sitio. De la sala de costura de mi abuela recogía gran cantidad de ellos. Los había incluso triangulares, cuadrados, octogonales, forrados en tela, de pasta, incluso de madera. Mis preferidos eran los triangulares con tres ojos. recuerdo que en una ocasión le robé uno a mi profesor de ciencias. Dejó su bata colgada en el perchero de cuatro brazos de la clase, esperé a que todos salieran y arranqué uno. Eran de nácar, cuadrados, con cuatro ojos, brillantes y del tamaño de una nuez.
Mi colección de botones no tenía parangón entre mis iguales. Pero nunca los enmarqué ni los archivé en carpetas los tenía, como debía ser, amontonados en una caja de zapatos. Cuando ya mi caja quedó pequeña, mi padre me ofreció un hueco en su estudio, en el torreón de la casa, junto a sus libros y me regaló una caja de madera preciosa. De ahí salió me segunda colección.
Me resultaba irresistible , en cuanto caía cerca una caja , mejor de madera que de cartón, la guardaba, vacía, por supuesto. Llegué a tener unas doscientas, la mayoría de tabacos, de los puros que le regalaban a mi padre y que luego no fumaba. Las vitolas también fueron mi perdición. Llegué a tener toda la colección de reyes godos impresos sobre vitolas de puros.
Claro que coleccioné cromos, como todos, pero no tenían el encanto de los botones, ni mucho menos.
Fui ganando espacio en el torreón para mis colecciones.
Esa habitación de la casa fue , día a día, más mía. Compartía las tardes con mi padre y mientras él escribía de sus cosas y sus artículos, yo me dedicaba a contar , clasificar y admirar mis colecciones.
Me encantaba ver a mi padre escribir mientras escuchaba su música.
Un día pensé en coleccionar matrículas de coches. Y anotaba en un libro de tapas duras de cartón , el número de serie, la población y el modelo de coche que las tenía. Reconozco que fue una colección ardua pero presumo de tener censados todos los coches que pasaban junto a la valla de nuestra casa y alguno que cacé mientras viajábamos fuera de la ciudad.
Me negué siempre a coleccionar seres vivos. No pude, nunca, coleccionar mariposas, insectos, o caracoles , como hacía Toni.
Tuve , también, una estupenda colección de comics. Fue una de las más atractivas hasta que la abandoné por mi colección de libros , esa dura hasta hoy. Con la diferencia de que hoy los coleccionó con la firma del autor, a poder ser.
Conforme avanzaba mi vida coleccioné años y escenas de mis días. Casi sin darme cuenta comencé a coleccionar desengaños, tristezas, algunas alegrías, eso también, aunque la colección era complicada de completar, o al menos eso creí.
Debe de haber en algún sitio algún ensayo escrito sobre esta afición, seguro. Coleccionar algo es, al fin y al cabo, algo muy común. ¿ Quién no colecciona algo ?. Supongo, me digo, que el que no tiene nada no tiene ni colección de nada.
Lo primero que coleccioné, lo recuerdo bien, fueron botones, de todos los tipos, de todos los tamaños, de todos los colores, de cualquier sitio. De la sala de costura de mi abuela recogía gran cantidad de ellos. Los había incluso triangulares, cuadrados, octogonales, forrados en tela, de pasta, incluso de madera. Mis preferidos eran los triangulares con tres ojos. recuerdo que en una ocasión le robé uno a mi profesor de ciencias. Dejó su bata colgada en el perchero de cuatro brazos de la clase, esperé a que todos salieran y arranqué uno. Eran de nácar, cuadrados, con cuatro ojos, brillantes y del tamaño de una nuez.
Mi colección de botones no tenía parangón entre mis iguales. Pero nunca los enmarqué ni los archivé en carpetas los tenía, como debía ser, amontonados en una caja de zapatos. Cuando ya mi caja quedó pequeña, mi padre me ofreció un hueco en su estudio, en el torreón de la casa, junto a sus libros y me regaló una caja de madera preciosa. De ahí salió me segunda colección.
Me resultaba irresistible , en cuanto caía cerca una caja , mejor de madera que de cartón, la guardaba, vacía, por supuesto. Llegué a tener unas doscientas, la mayoría de tabacos, de los puros que le regalaban a mi padre y que luego no fumaba. Las vitolas también fueron mi perdición. Llegué a tener toda la colección de reyes godos impresos sobre vitolas de puros.
Claro que coleccioné cromos, como todos, pero no tenían el encanto de los botones, ni mucho menos.
Fui ganando espacio en el torreón para mis colecciones.
Esa habitación de la casa fue , día a día, más mía. Compartía las tardes con mi padre y mientras él escribía de sus cosas y sus artículos, yo me dedicaba a contar , clasificar y admirar mis colecciones.
Me encantaba ver a mi padre escribir mientras escuchaba su música.
Un día pensé en coleccionar matrículas de coches. Y anotaba en un libro de tapas duras de cartón , el número de serie, la población y el modelo de coche que las tenía. Reconozco que fue una colección ardua pero presumo de tener censados todos los coches que pasaban junto a la valla de nuestra casa y alguno que cacé mientras viajábamos fuera de la ciudad.
Me negué siempre a coleccionar seres vivos. No pude, nunca, coleccionar mariposas, insectos, o caracoles , como hacía Toni.
Tuve , también, una estupenda colección de comics. Fue una de las más atractivas hasta que la abandoné por mi colección de libros , esa dura hasta hoy. Con la diferencia de que hoy los coleccionó con la firma del autor, a poder ser.
Conforme avanzaba mi vida coleccioné años y escenas de mis días. Casi sin darme cuenta comencé a coleccionar desengaños, tristezas, algunas alegrías, eso también, aunque la colección era complicada de completar, o al menos eso creí.
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