Aún huele Alicante a la madera mojada y a efluvios etílicos vertidos sobre las calles mientras los madrugadores trabajadores de la limpieza hacen lo que pueden con todo este desperdicio de después de la bacanal del fuego fatuo .
Fuego pretendidamente ancestral pero domesticado y cristianizado , uniformado y escalafonado en el que cualquiera no puede ser cualquiera.
Aún huele Alicante a la madera mojada y hay que volver al trabajo por muy petardo que sea y volver a escuchar los ruidos tristemente cadenciosos del silencio rompiendo la monotonía de la mascletà que a 112 decibelios mantenidos puede arrancarle la oreja a cualquiera, y destrozar una fuente poco a poco, como en Jericó.
Si partimos de que la hora 12 no existe y sí sin embargo la hora 0 quiere decirse que las hogueras de San Juan tienen de ello sólo la excusa de que tal santo cae por en medio. A las 0 horas del día de San Guillermo, es decir en la noche de San Guillermo, se queman las hogueras de San Juan mientras algunos, cada año más, queman su hoguera ancestral, la noche antes, es decir, la noche pagana del solsticio.
Noche de fuegos y juegos, rodeada de botellón de Mercadona en las playas de nuestra ciudad sin saber, a ciencia cierta, qué rayos de ritual hay que hacer para que el año siguiente sea bueno, de ahí que alguno por cosas de los solsticios, que siempre tuvieron algo de mágico y brujo, acabe preñado por bañarse sobre siete olas en lugar de tener éxito en sus estudios. Cuidadín.
Aquí, seguimos a nuestra bola gastando noventa mil euros en la hoguera oficial y no sé cuantos miles en los trajes oficiales de las bellezas y damas de honor mientras a las puertas de los grandes almacenes, hay gente rebuscando en los contenedores buscando el preciado tesoro de un blíster no caducado de lo que sea.
Al niño del moco colgando atado sobre el pecho de su madre poco o nada le interesa que la madera usada en la hoguera oficial sea de pino sueco, quizás si le dijeran que el queso que acaba de recoger su madre del contenedor no contiene gusanos todavía, le aparecería una sonrisa blanca sobre su cara de mestizo, ennegrecida de suciedad y etnia.
Son las sombras de la ciudad, de ésta y de todas. Son nuestras sombras, el lado más oscuro de nuestro bienestar.
Y me doy cuenta de que aún hoy y después de todo, sigo manteniendo esa inocencia de creer que todo esto se puede arreglar y que algún día prefiramos dar de comer a todos a gastar en lujos y maderas suecas, construir colegios decentes a organizar grandes eventos náuticos.
Y , me digo, ¿habrá alguien más que piense lo mismo?
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