Cambia de color el suelo cimbreando del marrón arcilloso al blanquecino erial de las canteras y las calvas de piedra vieja camino de Pedreguer que a la sombra de los pinos y al susurro casi inaudible de sus aguas filtradas esconde sus casas azulinas.
La boca del mundo se abre en Benidoleig y su cueva, y al frescor de su garganta los helechos concienzudos crecen de lo más duro y árido, pero creciendo y verdeando.
No hay más ruido que el diapasón de la vida y a su ritmo , sin poder evitarlo, acariciamos las ancianas rocas húmedas de lo más profundo de la tierra.
Y en esa oscuridad casi abismal y profunda aflora el color verde de sus ojos como reencuentro con la vida y la verdad absoluta.
La Nucía es un balcón que te asoma al peñón lejano y grandioso de Calpe y su valle, alrededor , mires hacia cualquier punto, todo es azul.
Por fin afloran las aguas de
Benidorm está ahí mismo, con su bullicio de gentes y en algún sitio , guardado como un tesoro, el recuerdo de ese pueblo que fue.
Subimos a lo más alto y nos envuelve esa sensación de propietarios vitalicios del mundo y ahí, en lo más alto, vuelven sus ojos verdes y nos declaramos mutuamente mientras a cientos de metros bajo nuestros pies sobrevuelan las gaviotas y el mar no se escucha.
Volvemos a la tierra que suplica ayuda, a las salinas desecadas, a las isletas hundidas, a la realidad de la vida en movimiento.
Volvemos a casa.
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