lunes, 25 de febrero de 2008

Los 25000 Alicantinos

Alperi condiciona la retirada de los títulos a Franco a la entrega de 25.000 firmas

El pleno rechazó con los votos del PP la moción socialista de eliminar la distinción de Hijo Adoptivo de la ciudad al dictador

El pleno del Ayuntamiento de Alicante rechazó ayer, con los votos en contra del PP, la moción presentada por el grupo socialista para eliminar el titulo de Hijo predilecto al dictador Francisco Franco, así como todos los símbolos y exaltaciones referentes al franquismo.

No obstante, el alcalde, Luis Díaz Alperi, indicó que si le presentan 25.000 firmas apoyando esta iniciativa en un plazo máximo de dos años, la llevará adelante.

La petición de estas firmas es para el PSOE inadmisible porque "pedir firmas para cumplir una ley es una barbaridad en términos jurídicos y democráticos".

La portavoz socialista, Etelvina Andreu, pidió al alcalde que aplique la Ley de la Memoria Histórica y anule esas distinciones concedidas a Franco, concretamente la de Hijo Adoptivo en 1940 y la medalla de oro en 1966.
Andreu recordó que el nombre de Franco, que también tiene el título de "alcalde honorario perpetuo", no debería asociarse a otros hijos predilectos de la ciudad que, en su opinión, sí merecen la distinción.Según Etelvina Andreu, la intención no es "reabrir ninguna herida" sino que el Ayuntamiento aplique la legislación vigente, aprobada en el Congreso de los Diputados.
En la réplica, el alcalde ha calificado la iniciativa de "oportunista y electoralista", y la ha enmarcado dentro del objetivo de "tensionar y dramatizar que Zapatero, proclama", y dijo no tiene nada que ver "con lo que piensan los alicantinos".Además, el alcalde puso de manifiesto que los socialistas gobernaron durante dieciséis años, bajo los mandatos de José Luis Lasaleta y Ángel Luna, sin que se les ocurriera retirar el título a Franco.
Tras asegurar que en la transición él mantuvo reuniones clandestinas con García Miralles, Calvo Serer y Salvador Forner "para traer la libertad y la Democracia a España", Alperi dijo a los socialistas que si en dos años reunían las 25.000 firmas se copmprometía a convocar un pleno municipal "ese mismo día" para aprobar la retirada de los títulos al dictador.Tras el pleno el PSOE precisó que exigir las 25.000 firmas es "una barbaridad de enormes proporciones", y que "negar que una propuesta apoyada por casi la mitad de la Corporación carece de legitimación, implica despreciar a los votantes que han apoyado a nuestro grupo político".
En breve estará a disposición de todo aquel
que quiera apoyar la iniciativa de eliminar estos "Honores"
la página web
Que no sean 25000 sino 50000
.

viernes, 22 de febrero de 2008

Atrapado por las circunstancias

Nunca antes, lo aseguraba después de haber hecho un concienzudo repaso a su vida, se había encontrado en una situación como en la que en estos momentos se veía.
Era una sensación de absoluta soledad. Uno de esos momentos en los que el instinto y el raciocinio no pueden siquiera trabajando en equipo adivinar una solución para él.
Era un secuestro. Si, era secuestro, las circunstancias le habían secuestrado de aquella manera y le hacían permanecer en aquella postura tan incómoda y al mismo tiempo ridícula y casi cómica. Pero en él no encontraba sitio otro sentimiento mas que el de la pura soledad.
Era un espacio reducido, apenas un metro cuadrado. Las paredes y la puerta se encontraban repletas de pintadas de gentes que , posiblemente, se hubieran encontrado también en esa misma situación al menos durante algún tiempo , lo cual le animó bastante, ya que suponía que nadie había perecido en aquel cuarto , envuelto en esa soledad tan amarga.
Desde el exterior le llegaban sonidos, voces que no podía entender y de fondo algún tipo de música, no estridente pero sí insistente.
Recordaba haber llegado a aquel lugar por una necesidad imperiosa pero exactamente no sabía el porqué de encontrarse tan profundamente solo, tan profundamente débil y abandonado.
Nadie le había echado de menos; llevaba al menos una hora de reloj allí dentro. Nadie vino a buscarle, nadie preguntó por él. Los golpes en la puerta y los insultos a gritos le hacían temer que el secuestro fuera algo más serio de lo que pensaba, creyó entonces que en cualquier momento alguien abriera la puerta de una patada acabando con la tortura psicológica a la que estaba siendo sometido y le propinara una paliza física descomunal.
El sentimiento de soledad se amalgamó entonces con la bilis del miedo que empezaba a sentir.
La pestilencia que la propia naturaleza del habitáculo expedía llegó incluso a hacerse habitual en sus sentidos y ya casi no era perceptible, aunque si visible, evidentemente.
Era un secuestro intencionado, no sabía exactamente si sólo fueron el cúmulo de circunstancias o había detrás de aquello toda una organización, pero se sentía profunda e indiscutiblemente secuestrado.
En aquellos momentos toda su vida le paso por la cabeza, toda ella.
Los campos que había visto, las playas inmensas que tanto le gustaban, los mares, las mujeres a las que tanto había perseguido durante su corta vida, en especial a aquella última con la que había conseguido hablar sin tocarle apenas un pelo. Era una mujer excepcional en todos los sentidos, le había hecho cambiar de opinión en cuanto al sentido mismo de la vida. Era una mujer de cuerpo pequeño pero férrea de actitud, unos ojos marrones y una risa revoloteadora. Le tenía pillao.
Pero todo aquello se había acabado, no conseguiría nunca salir de allí, y por lo tanto no le diría todo lo que sentía. También pasó por su cabeza su coche nuevo, reluciente, apenas empezado a pagar, con ese olor tan atrayente del coche recién fabricado.
Cuando uno cree que ya está lo suficientemente hundido aún viene la vida y las circunstancias a hundirte aún más, valga su situación como ejemplo.
Al menos le quedaba un cigarrillo que aprovechó para fumárselo, como el último placer para un condenado. Con la luz del encendedor observó más detalladamente las pintadas de sus antecesores.
Las había de desesperanza: “ahí te quedas” decía la más cruel; otra de ellas sólo dejaba referencia de un nombre y una fecha “Alex, 23-09-03”, sin embargo había verdaderos pensamientos filosóficos producto, sin duda del largo tiempo pasado en soledad “Y yo que en estos momentos me acuerdo de ti...” firmado por Damián.
Según su reloj habían ya pasado dos horas en aquel zulo. ¿Nadie advirtió su ausencia?, ¿nadie había avisado a la policía?, se quedaría allí para siempre………en la más absoluta soledad.
De pronto y cuando ya todo era oscuridad, silencio y soledad una voz conocida le gritó desde fuera:
- ¿Paco?, ¿Te pasa algo?, llevas dos horas ahí metido.

- ¿Juan?, ¿Juan? ¿eres tú?, gracias a Dios….estoy salvado…oye….consígueme un rollo de papel higiénico, ¿quieres? o en su defecto algo con lo que limpiarme el culo, anda.
Todo había terminado.

lunes, 18 de febrero de 2008

Alperi, Mercedes Alonso, Palmero y el neonazismo

Alperi, es cierto, nunca llevó careta, siempre fue a cara descubierta, exceptuando quizá, aquel episodio de su vida política en el que encabezó un movimiento para recuperar el monumento a los Mártires de la Libertad y que ha acabado siendo el Homenaje al Soldado de Reemplazo.

Pero así, a cara descubierta, este alcalde inmigrante presunto en varias causas judiciales nos vino a decir en el pleno del miércoles pasado que «con la crisis del sector de la construcción muchos inmigrantes se van a quedar sin trabajo y van a tener que delinquir para poder vivir». O lo que es lo mismo: inmigrante que no trabaja igual a delincuente. Visto lo visto a lo largo de estos años, más bien podría decirse político en activo igual a presunto delincuente.

Así, mientras en la página web de su jefe Mariano nos dicen cuántos días quedan para combatir la inmigración ilegal, Alperi se convierte, junto a la concejala ilicitana, también del PP, Mercedes Alonso, que tacha al alcalde de todos los ilicitanos de jefe de la Gestapo, en bicho kafkiano que se acuesta siendo cuasi-demócrata y se despierta en agitador de movimientos fascistas y xenófobos.

Yo no sé, sinceramente, si Mariano sabe lo que hace y dice este presunto, ni siquiera sé si los propios integrantes del Partido Popular alicantino comparten estas declaraciones pero sería un acto de honradez política, si ésta existe, que alguien del PP dijera en público lo que piensa en privado pues, estoy convencido de que dentro del PP alicantino hay gente honrada, consciente y demócrata. Entre esto y las declaraciones del señor Palmero afirmando que los homosexuales son enfermos, y esto es muy serio, estamos alentando un neonazismo cada vez más presente.

No se juegue con este cóctel molotov que nos va en ello la vida de nuestros hijos.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Me veré en tus ojos

A Juan José Amores, por mantener Alicante más vivo que nunca


Juan prefería todavía faenar en la bahía de noche y dormir de día, leer por la tarde y reparar todo tipo de cosas a cualquier hora.

Nadie le requería en ninguna casa, nadie le pediría explicaciones ni había de excusarse por nada ante nadie.

Juan vivía solo, en una de las casas de planta baja del barrio viejo de la ciudad. Las calles del barrio viejo trepan por las faldas del castillo en empinadas cuestas aliviadas por pequeñas escalinatas que culminan en la replaceta donde se encuentra la ermita, pequeña y resguardada. Es un barrio olvidado por la construcción, por los servicios y casi por la misma ciudad. es un barrio en el que aún cuelgan los bermellones geranios sobre las fachadas encaladas de las casas delante de las cuales, cada año, procesiona el Cristo moreno de los pescadores entre el olor a incienso quemado y lirios estallados.

Era una pequeña casa de dos habitaciones con un patio siempre abarrotado de plantas, geranios y rosales, que rodean la pequeña alberca en la que se atesora el agua de las lluvias de por sí escasas y casi siempre torrenciales; una cocina alargada y acogedora en la que prácticamente hacía su vida y un salón siempre medio a oscuras , fresco y con pocos muebles, los necesarios.

Había sido la casa de la familia desde que su bisabuelo Martín hiciera aquel negocio embarcando el vino que vendíamos a Francia, cuando la epidemia de filoxera que azotó a los gabachos.

Era ésta una historia que había oído contar a su abuelo cientos de veces, historia que luego también le contó su padre y que él probablemente no contaría nunca a nadie.

En la taberna del barrio se mofaban de él a sus espaldas.

Realmente no era Juan un hombre de aspecto afortunado, sino más bien todo lo contrario.

Tenía una estatura media, una calva afianzada, usaba gafas de pasta y su sobrepeso era muy evidente; su aspecto era descuidado, el poco pelo que le flanqueaba la frente lo hacía como intentando huir con gran esfuerzo , retorcidos y en alborotada escapada, recuerdo de aquel pelo acaracolado que de joven le pobló la cabeza, a pesar de ser casi barbilampiño la barba le confería, aún más, un aspecto de abandono casi continuo. Juan era fuerte y también inteligente, pero abandonado. Le gustaba reparar cualquier tipo de mecanismo, desde el más simple grifo hasta los relojes de pared, tenía esta obsesión desde bien niño. Lo arreglaba todo -decían- menos a él mismo.

Ninguna de las jóvenes del barrio vio nunca a Juan como posible marido, pero sí lo hicieron como buen trabajador y excelente conversador, humilde experto en todas las materias. Este afán le llevó a tener la casa completamente repleta de trastos temporalmente inútiles.

Carmen era, sin duda, la mujer más bella que Juan había visto nunca, era - pensó la primera vez que la vio- una joven sacada de un cuadro de Ghirlandaio.

Sofía, la costurera, solía dejarle recado una vez a la semana para reparar y acondicionar las máquinas de coser que sus empleadas maltrataban y agotaban mientras cuchicheaban de todo y de todos.

El viernes era el día que Juan dedicaba a este menester.

Junto a la ventana, ese era el sitio de Carmen; los rayos del sol, envidiosos, le encendía los cabellos del color claro del castaño, graciosamente recogidos en un moño que dejaba al descubierto esa playa de arena fina que era su cuello, tenía los ojos verdes - como las esmeraldas- y olía a lilas escarchadas. La primera vez que la vio Juan creyó en los ángeles, y en las sirenas, y en todo lo míticamente bello.

Junto a la ventana, ese era el sitio de Carmen. La había observado muchas veces colocando a tientas el hilo sobre la aguja y mientras sujetaba la tela con la mano izquierda ayudaba al rotor de la máquina a iniciar su trabajo mientras con los pies graciosamente juntos generaba la fuerza necesaria para mantener viva la maquinaria, de vez en cuando alzaba la cabeza y , como si pudiera observar por la ventana, sonreía a la escandalera de la chiquillería que andaba jugando en las calles del barrio.

Carmen no solía hacer comentarios de nadie pero sonreía cuando alguna de las muchachas contaba un chisme gracioso en el que, como de costumbre, los hombres salían mal parados.

Era Ofelia la que con más gracejo contaba las frecuentes estupideces que cometía su novio en cuanto éste se la acercaba , "se les baja el cerebro al bolsillo del pantalón porque donde antes no había nada aparentaba entonces haberlo y comenzaba a balbucear como un niño de nueve años, eso sólo por enseñarle las piernas".

Juan, de natural educado, saludaba a las muchachas sin mirar a ninguna en especial, se hacía entonces un silencio sospechoso , en ocasiones precedido por un murmullo de risas.

Sólo Carmen contestaba con un "buenas tardes Juan" dulce que se estrellaba contra su pecho, nunca Carmen le miró a los ojos.

Un prestigioso médico le dijo a Carmen, en una ocasión, con la crueldad que arman los doctores, que nunca más volvería a ver, que sería ciega para siempre, que la enfermedad por tratarla a destiempo le había dañado seriamente los nervios ópticos.

Lloró Carmen desde entonces.

Era la de Juan una voz de sabor dulce, no sabía porqué, pero se lo había imaginado alto y fornido, pero de tacto delicado, había de serlo para poder reparar las máquinas como lo hacía, la piel del color del melocotón y el cabello descuidado; había oído a las demás mofarse de su aspecto pero nunca contó con esos comentarios; ninguna de ellas había visto a Juan como ella; ella se imaginaba a Juan cogido de su mano, ayudándola a salvar los obstáculos que se encontraban al pasear por el malecón; casi era capaz de oírle mientras le describía de qué color eran los geranios.
Lo imaginaba sensible y lleno de lecturas, leería poemas para ella sentados junto a la alberca; había recordado cómo era la luz del sol mientras se imaginaba paseando por la orilla de la playa, con los pies bañados por la espuma y los pececillos zarandeados por las idas y venidas de las olas; Juan le acercaría agua del mar entre las manos para que la oliera y la sal le conservaría la sonrisa.

Pensaba que junto a Juan no le hacían falta los ojos, pero todo era una ensoñación, seguramente Juan no la había mirado nunca.

A pesar de que la máquina de Carmen era siempre la más cuidada de todas, Juan procuraba siempre acabar su trabajo en ella aunque, en realidad, no fuera nunca necesaria su intervención.

Aprovechaba entonces para acercarse a ella, para aspirar su olor a lilas escarchadas y admirar , de cerca, el verde de sus ojos mientras se perdía paseando por esa inmensa playa de arena fina que es su piel.

Hablaban de cosas sin valor, Carmen siempre reía, tenía una risa dulce melocotón, para Juan eran instantes sin precio, llenos de una luz que no había visto siquiera en los amaneceres en alta mar.

Carmen era bella.

Aquel día, como en otras ocasiones, las demás costureras abandonaron el trabajo sobre las siete de la tarde. Carmen continuaba en su labor mientras escuchaba por la radio la música que le alegraba la vida; Juan se acercó hacia ella, era como un ángel, era casi un sueño, era la visión más hermosa.

La cogió dulcemente de la mano, le acarició la mejilla y la besó con cuidado. No hubo tiempo para las palabras.

Carmen vio por fin el color de los geranios, paseó por el malecón sin tropezar y recordó el color del sol en las amanecidas de alta mar, el sabor del mar le llegó al azúcar de su boca.

No faltó alguien que dijera pero Juan no tenía porqué explicar nada a nadie.

La primera vez que la vio creyó en los ángeles.

lunes, 11 de febrero de 2008

El 2336

No pensó que escapar de allí le fuera tan sencillo. Mientras corría por el pedregal con los pies machacados cruzaban por su mente todas las imágenes de aquellos días de cautiverio. ¿ Cómo había podido sobrevivir a aquella barbarie ?.

Estaba a salvo, no había sirenas de alarma ni ladridos de perros perseguidores; seguía corriendo sin volver a mirar pero adivinaba que aquel sitio le quedaba ya bastante lejos.

La libertad no es un papel, es un sentimiento que te libera el pecho y las piernas.

A pesar de estar totalmente desorientado sentía que corría en la dirección correcta y que sus piernas tenían toda la resistencia del mundo. Nada había ya que lo impidiese, era por fin libre. Tendría ahora que conseguir cambiar la ropa y el aspecto en la aldea más cercana.

Junto a la playa encontró una cabaña de maderas , tablas y planchas de acero a la sombra de la cual aleteaban al viento las ropas. Una mujer , un hombre y un niño habitaban aquella miserable habitación. La ropa del marido le quedaba algo holgada pero le serviría para salir del paso. Una vez cambiado el atuendo hizo un hueco entre las arenas de las dunas y le prendió fuego a su piel de preso. Mientras ardía observaba cómo todo lo pasado se le convertía en unas cenizas negras, libres ahora también al viento de levante.

Entre las dunas, a lo lejos, aparecieron la figura de una mujer con un niño en brazos. Desde tan lejos le gritaron un nombre que no era el suyo. La mujer dejó al niño que ya andaba sólo y con los brazos abiertos se dirigió hacia él, gritando , de nuevo , ese nombre que no era el suyo.

Cuando la mujer alcanzó el lugar donde se encontraba se le abrazó con desesperanza y le susurró al oído.
-Miguel, ¡cuánto te hemos echado de menos!, pensábamos que habías muerto en el frente.

La mujer lo besó con ansia mientras le acariciaba el pelo y la espalda .
-¡Oh! Miguel, que bien que estés de nuevo en casa.
Pasados unos minutos llegó el niño y se le abrazó a la pierna llamándole papi.
No dijo nada. Entraron en la casa e hicieron el amor tirados sobre el camastro , protegidos por la cortina que delimitaba la habitación del resto de la casucha, mientras el niño jugueteaba con los escarabajos de las dunas.
Volvió a gritarle el nombre que no era suyo entre sudores y el pelo revuelto.
Colgado de un clavo sobre una de las paredes levantada con retales de maderas vio el retrato de su boda con aquella mujer de la que no recordaba siquiera su nombre.